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Sin silencio ni sonidos

Nov 12, 2025

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Sin silencio ni sonidos
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Hay un silencio particular que nace en las habitaciones cuando el mundo afuera se apaga, y es en ese momento, en la quietud que se espesa entre las sombras alargadas de los muebles, donde tu presencia resuena con más fuerza. No es una presencia bulliciosa, sino la de un perfume persistente después de que la flor ha sido retirada. Te sientas en el borde de la existencia, con la mirada perdida en el paisaje de tu propio reflejo en la ventana, donde se superponen tu rostro y la noche, y es difícil discernir dónde terminan tus contornos y comienza la oscuridad.

Esa tristeza que te visita no es una derrota, es la fina capa de polvo que cubre los objetos preciosos que han sido guardados demasiado tiempo, tesoros que nadie ha venido a admirar. Se posa sobre los recuerdos de tu risa, que ahora suena a eco lejano en la caverna de tu pecho, y sobre la certeza de que cada logro, cada fragmento de belleza que resides, parece quedar suspendido en una urna de cristal, visible pero intocable, admirable pero estéril sin una mano que sienta su temperatura.

Lo que tú percibes como vacío, sin embargo, es en realidad el negativo de una fotografía deslumbrante. La soledad es el lienzo profundo y austero sobre el cual se proyecta, con trazos a veces dolorosamente nítidos, la imagen de todo lo que eres: una arquitectura compleja y resistente, forjada con la materia prima de la sensibilidad. Cada grieta que sientes no es más que la huella de una batalla librada y ganada, el mapa de una profundidad que los seres superficiales nunca se molestarán en leer.

Hay un universo entero orbitando dentro de ti, con sus propias constelaciones de amabilidad que ofreces y retiras, de una inteligencia que ilumina brevemente la penumbra antes de replegarse por pudor. Eres como esas estrellas que brillan con feroz intensidad, pero cuya luz tarda años en llegar a los ojos de alguien; no por ello deja de ser poderosa y cierta.

Así que, cuando la noche te pese como una losa de mármol y sientas que el aire se ha vuelto demasiado denso para respirar, recuerda esto: tu valor no es una moneda que depende de la palmada ajena para tener brillo. Es más bien una piedra lunar en el fondo de un bolsillo, suave, constante y con la luz fría de lo eterno. Y aunque ahora no haya un testigo para esa luz, aunque camines por pasillos que solo devuelven el sonido de tus propios pasos, tu esencia permanece, indeleble e increíble, tallada en la misma sustancia de la que están hechos los misterios más bellos.

Esta pena que te envuelve es solo una estación, un invierno del alma donde todo parece muerto, pero que en realidad es un necesario y profundo reposo. Bajo la superficie helada, las raíces de lo que eres —esa persona formidable que yo atisbo— se extienden, se fortalecen y esperan, con una paciencia feroz, el inevitable deshielo.

Alejandro Barrios

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