Estarme sentado en lo banal hasta que termine el recreo.
Estarme detenido en el mirar, jugar otra vez con el recuerdo.
¿Con qué materia
podría yo pesar
en la memoria,
marcar el pensamiento?
Convencido,
necio y terco.
Aun en el último aliento,
querer dejarlo todo terso.
Cada cosa en su lugar. Ver que fue ínfimo el movimiento.
Bailar en el umbral de la mente, no saber entregar los besos.
Andar por el zaguán de la muerte sin haber dado los versos.
Sin romper nada,
ni siquiera lo pasajero.
El anhelo estéril por algo eterno.
Sin tirar nada,
sólo el cuerpo al lecho,
y dar ausencia en pulcro silencio.
Ella se acerca a preguntarme. La severa mirada y el signado sincero.
Al final del miedo, ¿de qué sirvió tanto si jamás existió lo perfecto?
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