Sin posibles.

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La cosa mía y nuestra.

Pensativo, vistas y leídas ya tantas ficciones con tanta maldad que desde el Poder chorrea, me doy perfecta cuenta de que yo estoy muy lejos de ciertos modos, hábitos, ecosistemas; yo no tengo amistades a las que poder pedir un favor que implicara chantaje, extorsión, soborno, muerte, miles de euros... eso mismo les pasará a ustedes, lectores míos (disculpen el posesivo).

Y pienso que el tipo de gente que se codea con esa gente de tan oscuros devaneos, no tienen amigos; tienen deudas, compromisos, miedos, mucho que perder, mucho que ganar; el infierno a un paso.

Ese mundo dorado (como los bombones en pirámides cónicas), está relleno de basura, no de licor y chocolate. Esas personas elegantes, con trajes y cortes de pelo caros, son sacos llenos de mierda. Sí, sus ventosidades huelen tan mal como las del resto de mortales.

Por donde yo transito, el suelo tiene los baches de la falta de cuidado, de inversión, de interés; mis amistades, tan escasas ya, son personas sencillas, no ricas, no poderosas, lo normal de imperfectas. Son, ya digo, poca gente, gente, ahora ya sí, muy selecta. Dudo que ya nadie entre esas personas, me sorprenda de mala manera.

Luego están los conocidos de buen trato, algunos compromisos obligados, y, cada vez más lejos, esas personas con nombre y apellido, incluso con recuerdos comunes, pero ya con poco o ningún trato.

Ni en un grupo ni en otro, hay malvados de película que pudieran ser capaces de cometer delito para ayudarme en algo. Si me perjudican es por puro egoísmo, irracionalidad y estupidez flagrante. Al menos, lo poco hiriente será mientras esto siga siendo un país en el que no mande algún tipo de talibanes.

En una guerra, supongo que afloran tanto los extremos odios como las extremas hermandades. Y se ven, como con el alcohol en sangre, los verdaderos talantes.

Al fin, pienso: No somos mejor aquí abajo, lo que pasa es que no tenemos medios.