Se han perdido las palabras.
Quise ponerle nombre a la emoción que me habita el alma y me di cuenta de que era imposible nombrarla. No encontraba las palabras.
Desesperada, como loca, revolví toda la casa tratando de recuperarlas. Busqué en todos los cajones y hasta en los cuentos de hadas. Pero nada. No estaban.
Entonces cerré los ojos y me puse a imaginarlas. Las llamé desde el fondo de mi muda garganta. Les canté una tonada que ayudara a invocarlas.
En ese momento escuché que me hablaba la esperanza. Con un susurro bajito y voz de resignada me contó que hay muchas que se fueron porque están cansadas.
El amor, la alegría, la felicidad, la utopía, la coherencia, el respeto, el asombro, la inocencia, la empatía, el afecto, la autenticidad, la franqueza, la amistad, la contención y la transparencia, todas se escondieron. Me lo contó la esperanza.
Me dijo que están hartas de ser manoseadas, que quieren dejar de sentirse pisoteadas, y que sólo volverán cuando aprendamos a valorarlas.
Se han rebelado las palabras. Han decidido esconderse y quedarse calladas. Me lo contó la esperanza, que no quiere perderse y que me rogó que insistiera en encontrarlas.
Me lo contó con lágrimas en la mirada. Pobrecita, la esperanza.
María José Rosa
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