Sin envolver.

Un regalo amargo para Elisya.

Específicos.

En el mundo futuro —improbable por la estulticia humana, posible por la misma razón— todo funciona como debe.

Están las máquinas que barren, las que recogen cacas de perro, las que friegan platos, limpian zapatos, dan masajes y acarician gatos.

Las hay que escriben sonetos, que abren la puerta con delicadeza, que susurran buenos días programados con voz de terciopelo. Otras bajan persianas, rascan la espalda, cultivan bonsáis.

Algunas construyen puentes. Otras parpadean al mirar al sol. Hay máquinas para recordar cumpleaños, y otras para llorar en lugar de quien necesita hacerlo.

Máquinas que hacen el amor con técnicas viejas y avanzadas, y otras que ofrecen consuelo sin usar gestos ni palabras.

Hay máquinas proféticas que predicen el clima y el fin del amor; hasta la caída de las democracias.

Las hay que plantan árboles con eficiencia y desgana.

Las hay que limpian el culo cuando cagas. Con fruición y una cantata.

Todo está previsto. Todo está cuidado. Todo está hecho.

¿Y la gente?

La gente observa cómo todo funciona.

La gente ya no hace nada.

Ni falta que hace.

Extinción, se llama.