Simple
No necesitaba de mucho para sonreír de verdad.
Ese gesto era su carné de identidad y el número de rut que daba, cuando se lo pedían en la caja de algún supermercado. No había que inventarse nada, solo prestar atención.
Había que invitarle a sentir el silencio que emiten las cosas cuando se intenta conocer la templanza que hay en ellas, o aprender a caminar sin medir el tiempo, y por supuesto, conocer el sutil arte de no pisar las líneas que se forman al unirse las palmetas del pavimento.
No mirarle fijo mientras habla (como lo haría un depredador), y procurar que las palabras que broten sean honestas. No importa que sean creadas recientemente, solo se requiere que sean sinceras y, en lo posible, no mal intencionadas. Podía leer en tan solo un iris las intenciones que tenía cada ser vivo.
Disponer de algo de tiempo para mirar los soles nacientes de cualquier lugar: en el pasaje de la población más cercana, una plaza de cemento, una playa imaginaria, un hospital o desde la ventana de un corazón desvelado. Aprender a callar en los ocasos, pero no dejar de hablar en el pensamiento. La telepatía funciona cuando existe el anhelo de sentir al otro en uno mismo. Así se crean los recuerdos, no con el paisaje sino con la voluntad de sentirse felices en ellos.
No se pedía mucho, solo no ser quien no se quiere ser.
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