Sillas Ferrari
El ingeniero Jean Carlo Perotti era un rubio con nariz respingada y un pecho totalmente entrenado. Le gustaba la industria automotriz y realizaba carrocerías de excelencia y clase, dejando el toque de soberbia italiana, en cada uno de ellos. Toda su vida había sido de una simpleza fría, pero a la vez cálida. De esos que, (dirían algunos) tienen un ángel matemático y se mueven tranquilamente y con suaves toques, para subir el volumen de la radio, para mover hojas de papel o simplemente para escribir un mensaje de texto en el celular, que diga: “Ok. Nos vemos ahí”. Su calidez no era la radiante y era por eso mismo que la gente lo quería. No lo amaban en demasía, sino que lo amaban, y bien. Tan bien, preciso y deseado, como eso. Uno podía llegar a pensar que jamás hablaría si por él fuera y en realidad todo lo contrario. Su pregunta bajo la manga, para matar silencios era “¿Te gustan los deportes?”. Reía, ni muy fuerte ni de manera mediocre, reía. Al verlo, tal vez en un desayuno cualquiera como cualquier día, podía uno charlar y pasar un momento grato, con breves momentos de risa, con palabras que no se deben tomar a la deriva y eso bastaba para dejarle a uno la sensación de tiempo provechoso y ocioso. Su casa era realmente bonita de color amarillento bien cuidado, con un limitado jardín de flores y plantas, pero nada exótico. El estar de la casa, tenía unos silloncitos naranjas una mesita en el medio frente a la chimenea que rara vez prendía. La cocina tenía una mesa muy chica, sobre la mesada estaba la cafetera, La Divina del Dante, una canasta con dos, tres frutas y nada más. Pero todo tenía realmente un hermoso orden, una simpleza envidiosa. Creo que la mejor emoción que me dio, fue la indiferencia.
Jean Carlo _Le dije. _, la gente fa commenti su di te. Dice che sei freddo, amareggiato. Dicono che sei un tiepido che non ti sentí. [Jean Carlo, la gente comenta sobre vos. Dice que sos frío, un amargado. Dicen que sos un tibio que no sentís].
Los padres lo educaron en su lengua materna. Respondió:
No me digas. No sabía que era tan famoso para hacer perder el tiempo a las personas.
¿No te molesta? _Interrogué. Y simplemente sonrió levemente.
Si bien no se puede negar su sencillez es cierto que veía a los demás y comprendía que no llevaba el mismo ritmo. Sea lo que sea, eso no le quitaba el sueño. Tenía la autoridad de comprenderse y saberse cómo es. “Simplemente soy así, Decía. no lo pienso mucho, en realidad nada”. Hasta que un día caminando por la calle Belgrano, vio una mueblería. Como supo entender el mecanismo de ciertos complicados muebles, se despertó su curiosidad sobre la calidad y efectividad de ciertos fenómenos físicos como la fuerza, resistencia y el movimiento. La mueblería tenía un gran cartel tallado con el nombre y la siguiente inscripción:
Ferrari.
“Muebles para soñar”
A Jean Carlo no le interesó el lema, debido a que realmente era muy malo, pero optó por adentrarse al ver tantas sillas raras con esqueletos increíblemente articulados. Se detuvo en una sencilla, específicamente una mecedora de roble. Se sentó y el viaje empezó.
Buongiorno. _Le dijo el dueño, vestido con un traje fino rojo _. Mi nombre es Enzo, Enzo Ferrari el propietario, mucho gusto. ¿En qué puedo ayudarlo?
Buongiorno per la matina. _Poniéndose de pie, respondió el ingeniero. _ Mia interesa molto la manera en que pensaron el sistema de las sillas, son cómodas pero arriesgadas. Da la sensación de que me caeré o las cuerdas no aguantarán. Solo alguien con completa seguridad de que esto dure tomaría el riesgo de que el producto cumpla con lo deseado.
Mujeres. _Dijo Enzo, mirándolo fijo.
¿Scusi? _ Preguntó Jean Carlo.
Así las llamamos: mujeres. Son como las mujeres. Por empezar una buena silla es como una buena mujer, de buena madera y con buenas pero no exageradas ni grotescas curvas._ Jean Carlo largó una carcajada.
Nunca uno está del todo seguro si las conoce o no. _Enzo Ferrari prendió un cigarro. _ No saben si quieren a destra o sinistra. Si quieren ir al cine o a cenar. Si quieren ser la persona que ayuda a los demás o primero ayudarse a sí mismas. Algunas solo las necesita para amarlas un solo día en el metrotranvía o en el colectivo, otras para amarlas por la eternidad, pero nunca se sabe si lo harán el hombre más feliz del mundo o el más triste del mundo. Dan la sensación más hermosa, al darle su dulce peso entre sus brazos, pero, al fin y al cabo, lo más bello como decía mi nono, está en arriesgarse por ellas. Pero por sobre todo, “dan”, siempre dan hasta que les duela. Por eso las queremos. En fin, fíjese que lo primero que hacemos cuando estamos cansados, es sentarnos. San José hizo las sillas y Dios hizo a la mujer: Ya lo sabe signore Jean Carlo, las mujeres son como las buenas sillas.
Claro, claro. Está muy bien. _Dijo Jean Carlo, sin seguirlo. _ Pero me interesa el funcionamiento de los muebles.
Mire _Respondió el signore Ferrari _, eso es secreto. Dicen que soy el mago de la Plaza Independencia y que conjuro las cabezas de las gentes para que compren, pero la realidad es la calidad óptima de mi dedicación. Tengo a todos los luthieres espiándome para conseguir la manera en que trabajo la madera. Lo único que le diré es que usted compra mi excelente técnica. Todo lo demás: madera, tela, diamantes incrustados, etc. es gratis. Los precios por supuesto varían porque cada silla tiene una esencia perfecta, cero márgenes de error, pero sobre todo cada una es única e irrepetible. Ahora, dejaré que experimente un poco más. Entraron nuevos clientes así que los atenderé, mientras disfrútela. Si la daña tiene que pagarme con dientes, de verdad.
Jean Carlo, estaba totalmente desorientado, y su cara lo expresaba. Preguntó. _ ¿De qué habla? ¿A qué silla se refiere si no estoy usando ninguna y no he comprado nada?_ Pero ya era tarde, el signore Ferrari siguió camino.
En ese momento Jean Carlo sintió mareos y cosquillas en las piernas, como una emoción enfermiza. No entendía lo que pasaba, por lo que salió afuera a tomar aire, aunque los fastidios seguían. Avanzó unos entrecortados pasos y las sensaciones se esfumaron. En ese momento vio caminando a una chica de cabello colorado, le recordó un pasado amoroso y a su estilo: sencillo, nada del otro mundo. En el ínterin la muchacha iba caminando a su opuesto. Jean Carlo lo pensó dos, tres, ¡cinco veces! Hasta que se decidió volver para seguirla. Era realmente hermosa. Vio sus delicados tobillos pálidos y su rojo rodete coronando unos ojos claros preciosos. En un momento la mujer lo miró, sonrió y apresuró el paso. Jean Carlo, rio e imitó el caminar de la muchacha. Le dijo: _ ¡Signorina! ¡Regazza! ¡Disculpe, aguarde quisiera saber su nombre! _ De repente ella corría y cada vez que volteaba a ver al signore Perotti reía más y más.
¡Veamos hasta dónde eres capaz de seguirme! _ Le gritó la signorina
¡Hasta el fin del mundo principessa! _
Al instante apareció una murga que se dirigía a la cancha, meciéndose de izquierda a derecha. Se gestaba el partido de River Plate contra Godoy Cruz de 1987. Jean Carlo estaba cansado y los tacones de sus zapatos le rogaban que pare. La signorina se alejaba más y más y para peor un hombre flaco y alto apareció frente a Perotti: ¡Signore Perotti! ¡No lo puedo creer! Las calles estaban alborotadas, gritos de niños con ‘Picodulce’ en sus pegajosas manos, tambores y voces de bestias espartanas de los millonarios invadían el aire. Viajeros con bebidas alcohólicas de todo tipo estaban por todos lados, cigarrillos, habanos, vendedores de cualquier tipo de mercadería futbolística copaban las calles y los campos del parque. Mientras tanto, el ingeniero buscaba la colorida forma de arte que se alejaba y se perdía. _ ¡Es usted! El constructor y diseñador de autos. ¡Signore Perotti! ¡No lo puedo creer! Soy un aficionado de su trabajo. Déjeme felicitarlo, nunca nadie hará algo como lo que hizo. Dejó una marca en la historia de la industria automotriz Signore Perotti. _
_ Muchas gracias, muchas gracias. Permiso, permiso.
_ Un autógrafo, ¡un autógrafo por favor! Qué probabilidades hay de que me vuelva cruzar al gran Jean Carlo Perotti. Decía el aficionado meciéndose de atrás para adelante.
_ Lo siento, lo siento, adiós, a.. a.. adiós. ¿Dónde está? ¡Cazzo!
El aficionado rodeó su cuello, pero él lo sacó violentamente y siguió corriendo. Era la “Saeta de los gitanos”. Volaba y los tacones se lo agradecían. De repente las calles eran colapsadas por ¡sus propios autos! Modelos de la ‘50’ a la ‘812’. Bocinas, luces destellantes por todos lados y un coro de fondo de ópera, entiéndase como la voz de los ángeles.
_ ¡No puede ser! ¿La perdí? _ Dijo.
_ ¡Signore! ¡Beatrice! ¿El suyo? _ Detrás de los árboles gritaba con una hermosa sonrisa la muchacha, achinando sus ojos, meciéndose de atrás para adelante sobre sus talones
_ ¡Signorina! ¡¿Qué dijo?! ¡No la oí! ¡Espéreme!
Pero la muchacha volvió a correr y Jean Carlo puteó a los cuatro vientos.
¿Cómo hago ahora para seguirla a esta bolu...?
¡Eh! ¡Eh! ¡Eh!
¡Vamo’ lo millonario!
¡Pongan huevo para ser primero!
¡Yo te sigo alentando!
¡No me importa en qué cancha juguemos!
Era el barrabrava de River Plate, agarraron a Jean Carlo sobre sus piernas y lo levantaron vitoreándolo. Lo mecían de adelante y para atrás.
¡Miren! _Decían _ ¡El ingeniero más famoso del mundo es de River! ¡Vamos Perotti! ¡Sacá a los dirigentes y postulate como presidente del club, Jean Carlo! ¡Poné la guita rata! _ Y cosas similares le gritaban al ‘Dantesco’ ingeniero.
¡No! ¡No! ¡No! ¡Bájenme! ¡Basta! ¡Aguante Boca! _ Evidentemente Jean Carlo hizo hasta lo imposible para que lo bajen y por ello suscitó estas palabras, pero cabe aclarar que es un fidedigno hincha de River, pero el amor, lleva a decir locuras impensadas. En vano fueron sus palabras, porque no lo soltaban, le pasaban tragos, cigarros, lo besaban las mujeres más desvergonzadas, le robaron un zapato y prostituyeron su corbata. En un momento vio a la ragazza corriendo entre las multitudes y riendo. Lo mecían de atrás para adelante, y aprovechando el envión hacia la delantera saltó a una rama de un árbol del parque. Cuando aterrizó al suelo, volvieron los mareos y sus pies iban atrás y luego hacia adelante, pero le duró segundos. Cerró los ojos y nuevamente abiertos estaba rodeado de sus autos con hinchas bailando y festejando sobre estos su decimasexta victoria contra el bodeguero. Sus ojos en las mil y un direcciones buscaban a la muchacha hasta que en el medio de la calle, allí estaba, mirándolo con sus ojos achinados y sonriéndole.
¡Signorina! _ Gritó Jean Carlo. Pero la muchacha largó una corta carcajada y atléticamente arrancó.
No puede ser _ Dijo agarrándose las rodillas con la mirada puesta en el suelo y por supuesto retomó la corrida. En ese momento visualizó algunos familiares y amigos que estaban presentes. Él los miraba y ellos como si nada. La muchacha entró a un bar oculto en la calle Colón y al adentrarse todos estaban meciéndose dormidos en sus sillas, excepto los borrachos que se movían de igual manera, pero por su propia naturaleza. Uno de estos, puso todo su brazo sobre los hombros de Jean Carlo y dijo:
_ Ingeniero, no pierda el tiempo, si se va a morir, que sea de amor, ¿escuchó?
Jean Carlo se lo sacó de encima, y siguió camino buscando entre el oscuro y lúgubre bar.
Al momento llegó el segundo borracho, y le dijo:
El piloto, ingeniero, es un artista. Su auto, su pincel. Y la pista, el lienzo donde hará su obra maestra.
Luego llegó el tercer borracho:
Ingeniero… ingeniero…, ¿qué le ha pasado? Siempre prolijo y correcto con su ¡sucio dinero! ¿Y ahora? Todo desarreglado, bienvenido a la cruda realidad de los pobres.
Permiso amigo, busca a una mujer, permiso. _ Dijo Jean Carlo
_ ¡No me toque!
_ ¡Permiso amigo!
_ ¿Quiere pelear? ¿Es eso?
_ No, no para nada, solo déjeme tranquilo.
¿Qué mi vida pende de un hilo? ¿Qué le pasa, maleducado? _ Y el borracho se lanzó sobre el signore Perotti. Los borrachos empezaron a abuchear y a votar por quien ganaría en la pelea.
¡Suélteme! ¡Suélteme apestoso ‘fernoso’! Pero el borracho lo tiro al suelo, se tiró encima y disimuló morderle la oreja. En ese instante, susurró:
Grite… haga como que siente dolor y grite. _ Dijo el tercer borracho con tono normal y decente.
¿Qué? Suéltame, pezzo di merda. ¡Ayuda! _ Gritó Jean Carlo, pero el hombre lo tomó del cuello afixiándolo para que no pueda hablar. Dijo:
_ Ecoute-moi inutile. Escúcheme idiota atentamente, no soy ningún borracho, escúcheme y escúcheme bien. Él está en su cabeza ahora mismo, tenga cuidado porque al principio todo parecerá que es bello, una aventura, pero luego le agradará tanto que nunca deseará volver a la realidad y permanecerá siempre como nosotros. Ya no tenemos voluntad, somos presos de la suya y aquí yaceremos obedeciendo al Mago. Lárguese de aquí, usted que puede. Tiene una oportunidad. ¡Tómela inutile!
_ ¿Qué pasa? No entiendo ¿Cómo? ¡Signorina!
Así es. Al ver que en vez de golpes, charla había, apareció la signorina. Mandó a unos borrachos que tomen y lleven fuera al tercer borracho. Cuando lo agarraron, con lágrimas en los ojos, gritaba:
_ ¡Lárguese! ¡Lárguese inutile! ¡Lárguese ahora, las sillas! ¡Los ojos, son las puertas de sali…!
Pero lo sacaron fuera, luego se escuchó un disparo. Silencio. Los borrachos mudos, las gentes dormidas aún meciéndose sobre las sillas y en el medio del bar: la signorina y el ingeniero.
Caro mio. ¡Me atrapaste! _ Le dijo la muchacha con su sonrisa y ojos achinados meciéndose sobre sus talones de atrás para adelante.
El ambiete de tensión era demasiado fuerte para ignorarlo, nadie decía nada. Tenía los ojos bien abiertos y con espanto el ingeniero, todo el bar estaba oscuro, pero en el medio dos ojos bien claros frente a él. Pasaron unos segundos y luego dijo:
¡Ehem! ¿Te gustan los deportes?
¿Scusi? _ Interrogó la muchacha. Y en ese mismo momento el ingeniero automotriz Jean Carlo Perotti matrícula número 27558, le clavó la trompada más fuerte que nunca se vió en los ojos claros y bellos de la signorina. Al instante, Jean Carlo estaba en la mueblería, meciéndose en la silla sencilla que vio. Se levantó agitado sin entender nada y vio a unos pasos un grupo de clientes rodeando a una persona que yacía en el suelo. Aquella se levantó y clavó una mirada irasible sobre el ingeniero. Era el dueño, ¡Don Enzo Ferrari con su fino traje rojo y sus ojos claros! Uno lagrimeando y otro completamente morado.
¡Nooo! _ Gritó Enzo Ferrari corriendo hacia Jean Carlo.
Perotti entendió todo y recordó al tercer borracho.
¡Las sillas! _ Dijo. Miró a su costado, y allí se mecía sola y por arte de magia o más bien por inercia, la silla mecedora. Mientras la miraba escuchaba cómo salían voces tenebrosas y fantasmagóricas de ella. Y una vez más nuestro heróico ingeniero, amador de las mujeres coloradas, que en realidad son magos, la tomó y la reventó contra el suelo. El Mago italiano, odiador de los constructores de tractores, sintió un profundo dolor en su pecho. En ese mismo instante, apareció un hincha de river. El ingeniero formuló una ecuación y resultó en que la solución era ¡romper todas las sillas!
Mientras más sillas rompía más personas volvían de aquél mágico lugar, apareció el primer borracho, el aficionado, los niños y finalmente el tercer borracho. Cuando ya quedaba la última silla, miró al mago y la quemó. Enzo Ferrari corrió y corrió y se perdió en el horizonte. Algunos dicen que sus cenizas las conserva la montaña y sigue asustando a gente en el viento zonda.
Cuando la última llama de la silla se apagó, apareció la signorina, y Jean Carlo la invitó a tomar un café a su sencilla casa amarillenta. Luego de esto, siguió viviendo igual, con sus sillones naranjas, su pequeña mesa de la cocina y su tranquila y serena vida. Eso sí, ahora siempre tiene la chimenea prendida por si tiene que quemar un mueble maldito.
Fin
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