Silencio.

Hace dos semanas que te fuiste y yo solo puedo pensar en el tortuoso silencio que dejaste en casa. Para alguien que ha vivido con ruido mental toda su vida, eso representa el décimo círculo del infierno. Me quedé a oscuras, se disipó tu olor y la comida ya no sabe igual. Podría ser que esté muriendo en vida.

Todavía no me decido entre si soy verdaderamente difícil de amar o, quizá, no éramos para el otro. Cualquiera de las dos opciones me atraviesa por el pecho hasta dividirme en dos, quedando doblemente confundido.

Tu recuerdo comienza a sentirse borroso, como mirar bajo el agua, solo está en mi mente ese par de orbes verdes, mirándome con decepción. Volvería el tiempo atrás si pudiera, créeme, pero el resentimiento ni la culpa me sirven ahora mismo.

Esta será la última señal que le pida al universo; por más que quiera amarte hasta agotarme, sé bien que terminaré deshecho. Deseo tu felicidad, y si eso no fue conmigo, lo respeto. Pero que sepas que seré tuyo hasta el día en que mi existencia no sea más que un eco doloroso en los rincones de la tierra. Te quiero libre.