Ya no serás. Ya no estarás. Y yo te extrañaré como se extraña lo que nunca fue del todo, lo que se escapa antes de tener nombre. Te amaré como siempre lo he hecho, con el fervor inútil de quien abraza el viento, con la ternura absurda de quien cuida una flor muerta. Y tú te marchaste, como siempre lo supe, porque todo lo amado lleva en su raíz la despedida, porque mi historia no es más que una acumulación de ausencias, una casa con demasiadas puertas abiertas y nadie que las cruce de vuelta.
Porque nadie se queda. Porque mi existencia es un error de sintaxis, una frase inconclusa que nadie intenta terminar. Porque soy la pausa incómoda entre dos conversaciones, el interludio en la vida de los otros. Porque cuando alguien me mira de cerca, se da cuenta de que no hay nada detrás de mis palabras, solo el eco de lo que intenté ser. Porque nadie quiere cargar con la sombra de un cuerpo que nunca aprendió a sostenerse.
Porque no sé en qué momento dejé de ser persona y me convertí en un pasaje subrayado en un libro olvidado. Porque existo en los márgenes de todo, en la periferia de los afectos, en el borde de la memoria de quienes alguna vez pronunciaron mi nombre. Porque soy el error en la fotografía, la mancha en la pared que nadie nota, el vacío entre dos cuerpos que se aman.
Porque siempre supe que te irías. Porque la historia ya estaba escrita y yo solo ocupaba un pie de página, una nota al margen que jamás cambiaría el desenlace. Porque mi amor es un dialecto sin traducción, un idioma que nadie tiene la paciencia de aprender.
Porque algunos nacemos con la condena de ser olvidados. De habitar en el eco de lo que nunca se dijo. De existir solo en la memoria de nuestra propia ausencia.
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