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silencio de derrumbe

mercedes

Nov 14, 2024

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silencio de derrumbe
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  1. Detrás del abrazo de la madera se escondía el gris. Ese gris predeterminado, gris vacío. Igual que detrás de mi piel se esconden mis huesos. Predeterminados. Compartidos. 

    ¿En donde existe todo lo que soy? Si toda mi historia se derrumba en un segundo, tan rápido que ni siquiera pude ver cuando pasó. ¿En qué momento me convertí en todo esto?

    ¿Cuándo se derrumbaron mis paredes? ¿Cuándo cambié de cuerpo, de piel?

    El tiempo va erosionando todo lo que toca e imperceptible, silencioso; intercambia una cosa por otra. De repente, la niña que se cuenta cuentos a sí misma mientras observa detenidamente los cuadros que cuelgan de la pared; como entrando y saliendo de distintas dimensiones; se convierte en una mujer. Una mujer que observa con el mismo detenimiento los bloques grises que sostenían sus cuentos. Que observa los restos de su vida desparramados por el piso. Y ahí también encuentra historias; mantiene el hábito de encontrar mundos en cada lugar donde se posa su mirada.

    ¿Sigo buscando escapar o ahora esa es la forma que tengo de hacerme presente? De apropiarme del espacio que me circunda. Quizás se trata de dar sentido, de encontrarme en lo que veo. De entender al azulejo quebrado como parte de lo que soy también. Sentir que me devuelve la mirada, que está vivo. 

    Como yo, como mi historia. 

    El derrumbe no es muerte.

    Mientras toco la desnudez de estos muros, siento a esa niña. Me sigue contando cuentos, me sigue abrazando. Sigue encontrando refugio adentro mío. Y aunque todos esos mundos que visitaba con frecuencia se convirtieron en las ruinas sobre las que apoyo mis pies, ahora sé vivirlos con el cuerpo, hacerlos tangibles, gritarlos, tocarlos, buscarlos, mirarlos también con los ojos, no solo con el alma. 


  1. Camino por una casa vacía, 

    infinita. 

    Hacia donde mire hay puertas

    y detrás oscuridad.

    El silencio es tan fuerte

    que me aturde, me ensordece. 

    Se me va resquebrajando la piel

    igual que se resquebrajan
    las paredes.
    La humedad que las cubre
    va dibujando los secretos

    que nadie quiere contar.

    La casa me dice a gritos

    todo lo que sabe,

    todo lo que sus muros escuchan, 

    todo lo que ven.  


    A veces la recorro por horas,
    camino buscando.

    ¿Dónde están?


    ¿A dónde fueron?


    ¿Por qué estoy sola?


    Me da tanto miedo como paz.


    Me gusta sentir su presencia 

    en todo esto que dejaron atrás.

    Me gusta sentirlos en ese éter 

    denso que consume el aire.
    Me gusta que estén ahí, 

    intangibles.
    Lejos.


    Poder observarlos, reconocerlos

    sin sentir el peso de su cuerpo

    sobre mí.

    Tener control sobre la distancia.

    Poder danzar con sus historias, 

    escuchar las músicas que 

    dejaron para mí

    en cada habitación.


    Elegir cuándo irme.

    Cuando gritar, cuando romper, cuando llorar.

    Elegir cuándo cerrar la puerta

    y seguir caminando. 


    Me gusta que no estén, 

    atándome con todos sus nudos. 

    Diciéndome que me quede, 

    que me vaya, 

    que me calle, 

    que me ría, 

    que no hable, 

    que los mire, 

    que sepa, 

    que me olvide. 


    Me gusta el silencio de su ausencia, 

    este silencio que elegí.

    Siguen en la casa, 

    como espíritus que me muestran

    hacia dónde tengo que ir

    para entender.


    Pero esta casa es mía, 

    soy yo quien la habita.

    Soy yo quien 

    la cuida y la deja pudrir. 

    Soy yo quien elige 

    no dejarlos entrar.


    Los fantasmas que me siguen
    son suficiente compañía.

  2. El silencio que se rompe a mis espaldas no es tan vertiginoso como el que se va rompiendo adentro. ¿De dónde nace tanto caos? 

    Reconozco el sonido del quiebre, del derrumbe. Lo escucho cada vez que cierro los ojos, está engranado en mis piezas. Suena como miles de voces que me gritan, me piden que mire, que escuche, que haga preguntas. 

    Me consume lo estruendoso del saber, de no poder seguir ignorando.

    (No dejes que te siga pudriendo a medias)

    Quiero que me carcoma entera el dolor, verlo como me disuelve parte a parte. Ver como él se disuelve conmigo. Se hace ceniza. 
    Se vuelve frágil, como el tiempo, como la vida. 
    Inmaterial, como lo fue siempre, deja de tener sentido. Deja de existir. Ya no determina los límites de lo que soy.

    (No dejes que te siga pudriendo a medias)

    El presente penetra mi piel y se asienta en mi pecho. Ahora soy eso: solo ese instante; el momento en que entiendo que las cuerdas que magullaban mi cuerpo, las cuerdas que no me dejaban mover, eran un espejismo que tomaba la forma que yo elegía. Es más fácil ver presidio que libertad.

    (No dejes que te siga pudriendo a medias)

    El caos nació conmigo. Es tan parte de mí como la sangre que baila por mis venas. Alevoso humo que me nutre, se impregna en mis pulmones y me tiñe de rojo las manos cuando escribo.
    Se asegura de dejar su huella en todo lo que toco; voy dejando un rastro a mis espaldas con los trozos de la historia que quiero recomponer. 


    (No dejes que te siga pudriendo a medias)

mercedes

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