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Sigo aquí

Dec 28, 2025

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Sigo aquí
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Sigo aquí a pesar de todo,
a pesar de mí.

Sigo aquí sintiendo cómo pasa la vida, aunque a veces no parezca que pase nada.
Sigo sin ver mucho más que ojos en las paredes.
Diez mil consejos han entrado por mis oídos,
y ninguno supo decirme qué hacer
con el vacío
que todavía me ahoga.

Muchos se fueron.
Pocos siguen en mí.

Y yo he pasado demasiado tiempo en San Luis,
como si el tiempo aquí no avanzara,
como si solo se repitiera.

Muchos me preguntan por qué no me he ido.
Yo también me lo pregunté.
La única respuesta que encuentro
es que quizá sigo siendo todo esto,
como antes.
Como antes de verdad.

—¿Cuántas noches llevas sin dormir?
—Ay, mi niña, más de las que te puedes imaginar.

Siempre supe que esa iba a ser una de mis maldiciones:
los ojos.

Los ojos trabajan.
No saben cerrarse.

Para que el demonio te dé la habilidad de leer los ojos,
te cobra no poder cerrar los tuyos.

Sigo aquí con los que todavía soportan.
Con los que entienden la angustiante idea
de construir algo después.

Antes de caer en la oscuridad,
mi departamento estaba lleno,
mi celular siempre sonaba.
Cada semana alguien quería recordar ese momento conmigo.

Ahora —casi— todos se fueron.

Algunos porque yo los alejé.
Otros porque siempre fueron una mierda,
igual o peor que yo.

Yo diría que peor.
Porque, por lo menos, yo lo acepto.

Lo que cambió no es eso.
Lo que cambió es que ya no duele como antes.

“Pinche Pechan, ya andas mal”.

Como si ellos no lo hicieran.
Como si no hubiéramos sido amigos precisamente por eso:
porque compartíamos todo,
también andar en la mierda.

Lo dicen como si al decirlo
dejaran de ser malandros,
ojetes,
hipócritas.

Como si señalarme
arreglara mis pedos.
Como si nombrarme
los limpiara a ellos.

Las personas no juzgan
ni dan consejos
cuando tú eres el que paga el próximo gramo,
cuando tú eres el que aguanta la peda,
cuando tú eres el que pone el cuerpo
para que el desastre siga girando.

Ahí todos callan.
Ahí nadie es moralista.

Durante mucho tiempo procuré por los demás
y me olvidé de mí.

Y aunque no lo crean —o no lo quieran creer—
siempre agradecí que se cruzaran en mi camino.

Eso también cambió.
Ya no me gusta odiar.

No es un reclamo.
Nadie tiene la culpa de su destino.

A mí solo nunca se me ha dado bien
dejar de querer,
aunque desaparezca,
aunque ya no sea el mismo,
aunque ya no importe como antes.

Me duele.

Me gusta recordar lo que me ancló,
lo que viví,
lo que hicieron por mí.
Y nada más.

Escribo bien sobrio.
Pero escribo mejor borracho.

Volví a escribir a las tres de la mañana.
Cuando la ciudad duerme
y yo no.

Mis problemas los escucha Sabina,
mientras el mezcal se encarga de ahogarlos.

El estrés me tiene enfermo
y hace años que no duermo.

Cometo errores.
Hago lo que puedo.
Aprendí a aterrizar sin ruedas.

En los bares a veces me reconocen,
pero ya ni mis amigos me conocen.

Siempre hablo de la oscuridad.
A muchos les incomoda.
A otros les sirve para reafirmar
la mala imagen que ya tenían de mí.

Creen que solo los locos hablan
de demonios,
de sombras,
de esa parte.

Hablo de ella porque de la otra,
la de la luz,
no tengo tantas dudas.

Mis papás son luz.
Mi hermana es luz.
Las personas que más he querido
son luz.

La mayoría de lo que intenté hacer con la gente
nació desde ahí.

Pero esa parte incomoda
porque no se puede presumir.
Porque no se puede poner en un título,
ni en una foto,
ni en una biografía bonita.

Sonríen oscuro.
Hablan de lo buenos que son,
de su trabajo,
de su título,
de cuántos hijos tienen,
de lo ciudadanos ejemplares que creen ser.

Confunden eso con la luz.

Y no se dan cuenta
de que el demonio ya está detrás de ellos,
esperando el momento
de cobrar.

Algo que me tranquiliza
es que a mí ya me está cobrando.

Por lo menos yo ya estoy pagando mi karma.
Y no le caigo tan mal al diablo.

Pero ustedes…
suerte con eso.

Sigo aquí.
No limpio.
No curado.
No salvado.

Pero despierto.
Y eso también cansa.

Luis Julián Veloz

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