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    Si esto fuera una película elegida en un videoclub

    Sofía

    Jun 16, 2024

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    Habíamos vuelto de un viaje de fin de semana con mi madre y mis hermanos. Íbamos camino a casa con la excitación que produce un viaje que no esperábamos que sucediera. Mi madre estaba algo callada y bastante seria. Hablaba poco. Durante el viaje de regreso, observé varias veces su rostro. Parecía preocupada. Yo sabía que había algo en lo que ella no podía parar de pensar. Eso me tenía inquieta. Quería saber qué le pasaba. Ella manejaba con la atención suficiente como para que no sucediera ninguna tragedia pero con la mirada perdida. ¿Qué la tiene así? ¿Por qué siento que ya sé qué es en lo que está pensando? ¿Se lo pregunto para confirmarlo? ¿Quiero saberlo realmente? Todas esas preguntas me hice por dentro y ninguna a ella. Es que a veces hay tantas inquietudes como nubes negras juntándose para hacer que lo inevitable suceda: que la tormenta se arme a la perfección y que la lluvia caiga al suelo. Ese día pasó todo eso, con una única salvedad: a nosotros - mi madre, mis hermanos y yo -, nos llovió adentro mientras afuera seguía siendo una típica tarde de sol de pleno febrero.

    Cuando llegamos a casa, pasamos el portón y atravesamos el pequeño patio delantero hasta llegar a la puerta, sentí que algo había cambiado rotundamente. Sentí ausencia. Sentí que lo que alguna vez había sido un hogar, empezaba a desarmarse. Como si se tratara simplemente de algo que era una escenografía muy bien montada a punto de ser tirada abajo. 

    Mis hermanos fueron a sus habitaciones a dejar los bolsos y yo, en un impulso que hasta hoy no sé explicarlo, me dirigí al cuarto que alguna vez fue de mi padre y mi madre. Fui directo hacia la cómoda en la que mi padre guardaba gran parte de su ropa, abrí los cajones y vi que estaban vacíos. Entonces lo entendí: eso que yo nunca hubiese querido que pase pero que esperaba dado el contexto, sucedió. Mi padre se había ido de casa. Esa casa de tres pisos a la que entramos un año atrás por primera vez, comenzaba a convertirse en una caja de recuerdos gigante que pronto se llenaría tanto de polvo que jamás nadie iba a volver a tocarla. 

    Tengo la imagen muy clara de mi madre viéndome darme cuenta de todo. Una vez que supo que yo lo sabía, se fue al cuarto de mi hermana que estaba pegado al que alguna vez fue de mis padres (digo “alguna vez” porque mamá hacía tiempo había dejado de dormir ahí y dormía con mi hermana menor y conmigo en la habitación del primer piso) y se sentó en la cama. Mis hermanos estaban en la planta baja. No sé bien qué los entretenía, pero eso fue mejor a que vieran a mi madre como la vi yo. 

    Me senté a su lado en la cama de mi hermana y la abracé con mi brazo derecho. En ese momento, mamá había dejado la armadura que la mantuvo todo el viaje entera, y comenzó a llorar. Yo la observaba en silencio, sin emitir palabra ni gesticular el rostro. No quería que ella notara por nada del mundo la angustia que me invadía cada vez más verla así de triste. Conmigo a su lado abrazándola, se quitó la alianza de casada. En ese preciso instante, su llanto aumentó, aunque ella seguía tratando de contenerlo lo máximo posible, supongo que para que mis hermanos no la escucharan. 

    Yo, en silencio y en mi cabeza, seguía completando el rompecabezas: mi madre lloraba de esa manera no porque la ausencia de mi padre se había convertido en un hecho. Ella sabía que ese día él se iría de casa, por eso nosotros nos fuimos de viaje y todo sucedió así. Lloraba porque era lo último que le quedaba para comenzar el final de ese duelo que era separarse de mi padre. Y ese llanto iba a ser uno de los más crudos y desoladores que atravesaría. Aunque tiempo después yo la vería llorar muchas veces más, pero lo que tenía de particular este, era que en él mi madre parecía estar entregándose a un período de solamente tener días de mierda pero necesarios de transitar. Ella ya sabía todo lo que iba a pasar. Como si todo aquello se hubiese tratado de una película que vió un millón de veces. ¿Y si efectivamente era así? ¿Y si ya había vivido esto antes con mi padre? No sé por qué pienso que la respuesta es afirmativa y que esta separación que relato a ella la agarró bastante curtida. Ja. Me río. Mentira, no me estoy riendo. Qué cagada, pienso. Pudiendo estar curtida en alguna cosa más boluda como perder siempre el mismo bondi. Yo qué sé. Pero ahí estábamos, en esa habitación. Ella llorando bajo y yo queriendo que la elipsis exista en la vida real para saltearnos ese momento y pasar a una etapa un poco más feliz de nuestra vida. Lo que jamás quise, fue que mi padre volviera. Aún cuando tuve a mi madre a mi lado sumergida en un profundo llanto que parecía no tener final, no quería que él volviera y seamos una familia feliz otra vez. ¿Familia feliz dije? Si yo no sé qué es eso. Ni yo ni nadie. La cuestión es que eso que se acercaba a algo similar a un concepto que en realidad no existe que es el de “familia feliz”, siempre resultaba efímero, y yo ya estaba bastante cansada de ver cómo una y otra vez él dejaba de verla -como si ella tuviese el superpoder de volverse invisible-, de tomarla de la mano, de acariciarle la mejilla o hacerla reír. No quiero parecer poseída por Cris Morena, pero vamos, es lo mínimo, ¿no? De hecho, si siguiera hablando en términos audiovisuales como si este relato tristísimo fuese una película, diría que los momentos en que mi padre expresaba amor hacia mi madre, eran mis escenas favoritas. Las hubiese reproducido una y otra vez. Hubiese ido al videoclub a alquilar la misma película todos los fines de semana sólo para ver esas escenas una y otra vez. Ah, sí, en aquel entonces aún existían los videoclubes.

    En fin, no recuerdo cómo terminó ese día, pero entendí dos cosas: mi padre nunca más iba a volver y para mi madre, lo mejor estaba por venir, (qué cliché, pero es verdad) aunque todavía en ese momento - y durante bastante tiempo después-, nada de todo lo sucedido iba a parecer haber sido lo mejor. Pero como ya tengo el diario del lunes, puedo afirmar que toda la mierda atravesada fue necesaria.

    Lo relatado fue hace más de una década. Yo tenía catorce años y por un día (y muchos días más), fui la madre de mi madre. Y aunque en terapia debería decir lo contrario, pues no: no me arrepiento de eso.

    Sofía

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