sí, con un poco de miel

El amor me cuece los huesos, me vuelve frágil, me deschabeta y a la vez me pone muy honesto.
El amor me cala más no me duele, sí que me envuelve, me centra pero también me remueve.
El amor me conoce, lo conozco a él; tiene un nombre.
El amor -para mí- es un hombre, es él aturdiéndome, es él dándome un atolondre.
El amor sabe que le es imposible esconderse cuando uno ya dispone,
cuando uno deja de proponer y lo entrega con honra mediante fuertes redobles.
El amor es mi corazón transformándose, es mi corazón inflándose en mí, en mi pecho hasta
casi romperse debajo. Y quisiera, no... Más bien deseo que explote, que su nombre estalle,
que me explore en cuanto me toque y lo toque, que me otorgue vitalidad sin tanto asombre.
Mi amor sí que responde bajo un sobrenombre, tal vez dos, tal vez tres o diez...
Mi amor me absorbe tanto que no le importa cuánto corrompe mi ser, mi existencia, mi cuerpo.
Mi amor no busca que nadie más le honre, lo matan los guiones, prefiere que nadie más le estorbe.
Mi amor come de mis brazos, de mis labios, come lo que le preparan mis manos porque dice que
cocino como lo amo, a fuego de tablones, a dedos im(pecables), a cabello recogido y manteles enormes.
Mi amor no teme, más bien es valiente a los reflectores, dice que le hago frente a los trovadores por la forma
en que mis oraciones se descomponen y yo pienso que en mi habla hay tropezones, pero estoy aquí a medianoche
dedicándole versos con ilusiones, con intenciones que los dormilones no entienden, con hervores que pintan mil colores.
El amor me conoce, lo conozco a él; tiene un nombre.
El amor -para mí- es un hombre, es él aturdiéndome, es él dándome un atolondre.
Y el amor, mi amor no permite que se le cuestione ni que lo sofoquen, que no le critiquen los feroces, los carentes
de fotones que se fusionen como hacen los nuestros, volviéndonos luminiscientes, cero discretos a los ojos de mamones.
Mi amor es mío, imposible de que alguien más lo tome aunque estén ustedes disconformes.