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    Seremos campeones toda la vida

    Dec 18, 2024

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    Seremos campeones toda la vida
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    El fútbol en este país representa una idiosincrasia inherente para la gran mayoría; no es solo un deporte ni un fanatismo impostado. Es un estilo de vida que refleja el entorno de un individuo: su familia, sus amigos, sus amores. Todos los parámetros acumulados dentro de un solo sentimiento: el amor por su club y su selección. En él confluyen la alegría y la tensión, el orgullo y la desilusión, la valentía y el fastidio. Uno va a los lugares cotidianos envalentonado cuando su equipo gana, y ocurre lo contrario cuando pierde, reina el desánimo. No importa el marcador, a favor o en contra, de todas formas, hay que estar presente; cariño por su club así lo requiere. Pocas cosas en la vida de un ser humano tienen este valor fundamental.

    Como hincha de Boca, reconozco muy bien estos parámetros. He disfrutado las mieles y he tragado sal. Lo mismo con la selección argentina y todos los vaivenes que le han sucedido desde que tengo conciencia y entendimiento del deporte: todas las frustraciones y la gloria eterna obtenida en diciembre de 2022. El fútbol te conecta con los sentimientos más profundos y, además, te permite compartirlos con otros que lo perciben igual e inclusive no tanto.

    Con el Xeneize en mi adolescencia he disfrutado, y mucho. Lo he visto ganar campeonatos locales e internacionales, levantar la Libertadores y la Intercontinental. Si bien ya han pasado 17 años de la obsesión que no nos deja dormir como hinchas, pero la pasión es la misma. Incluso creo que se ha acrecentado y potenciado dentro de mí. Ninguna de las desilusiones actuales, ni las tres finales de copas perdidas, han desgastado la lealtad. Y eso es una paradoja: la erosión natural de las cosas no puede con la pasión, no puede con los colores primarios. He reído con Boca, me he amargado; hemos hecho asados para esperar sus partidos con amigos y también en la soledad absoluta, he visitado el templo, se me ha bendecido, he discutido en defensa de su honor y por orgullo propio. La vida muchas veces ha mediado por el azul y oro. Hoy vemos los partidos con mi sobrinito, hincha de San Lorenzo y más allá de la rivalidad nos une la afición por el fútbol y, salvo cuando nos enfrentamos, siempre queremos ver al otro contento y eufórico. Ese detalle alejado del deseo propio convierte a este deporte en algo único, soy feliz si él es feliz gritando los goles de su equipo.

    Con la selección pasó todo lo contrario. De adolescente me he llevado muchas decepciones. Aquellas madrugadas del 2002 con el equipo del “loco” Bielsa me hicieron sentir por primera vez la amargura por la celeste y blanca. Luego, en el 2006, la desolación al ver derrotado a uno de los equipos que más recuerdo con cariño y a mi ídolo Riquelme perder no fue para nada grato. Sin embargo, el entusiasmo crecía, el sentimiento se arraigaba. En el 2010, otro golpe: ver al ídolo popular en el banco sin poder traer una nueva alegría a su pueblo fue desolador. 2014 y la final: el enojo, el desconsuelo, el optimismo también por todo el camino recorrido. Era un caramelo ácido. Llegó el 2018 y el caos: el desorden, el disgusto, el luto. Realmente pasé días sin siquiera ver nada de fútbol. Pensé que ya no sería feliz con los colores de mi tierra.

    A pesar de todo volvieron las eliminatorias y la esperanza se renovó. Si hay algo que el hombre no puede perder es la esperanza, porque si no ya no le queda nada y todo es una recta hacia el gris. Mis amigos, los que siempre me han escuchado quejarme, saben muy bien que defendí desde el día uno a Scaloni. Creía en su idea, con más afán y fe futbolística que certidumbres. Todo lo acontecido en diciembre de 2022 fue un sueño. Arrancó como una pesadilla, es verdad, pero, a pesar de ese traspié, todas las batallas siguientes, todo el optimismo repartido en el territorio… El domingo de la gran final no estaba nervioso en la previa, un mate de por medio me acompaño en todo lo preliminar al mejor partido de la historia. Confiaba mucho en los once representantes de nuestra bandera, había cuarenta millones de personas deseándoles el éxito.  Haber tenido el placer de verla con dos de mis mejores amigos, ilusionarnos, desorientarnos, deambular  entre la felicidad y el desconcierto, el silencio y el último grito de desahogo. Fuimos campeones. Seremos campeones toda la vida. Por sobre todo, seremos futboleros hasta el último día.

    Edgar Alem Meza

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