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Ser o no ser.

Jun 25, 2025

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Ser o no ser.
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Más de una vez me he encontrado en la dicotomía de ser o no ser; o más bien, en la tensión entre habitar el rol de sujeto o ser reducido a objeto.

Desde pequeña, me enseñaron un patrón de comportamiento ideal, adaptado a mi género y edad. Un molde rígido, inflexible, que limita las posibilidades de conocerse. Porque del conocimiento nace el poder, y del poder, la autonomía. Pero eso no era lo que ellos querían. Querían el objeto, no el sujeto.

El objeto es complaciente. Su función es callar, encajar, no incomodar. Es una forma retorcida de despojarte de tu individualidad: convertirte en un trozo de carne, cuidadosamente empacado para satisfacer los ojos hambrientos de alguien que no dudará en devorarte por completo. Porque siempre primará su mirada, su deseo, su lógica. Y créeme, ellos construirán justificaciones brillantes para encubrir un acto tan aberrante.

El objeto no se queja, no piensa e irónicamente, no objeta. Como una lámpara, un sillón o un teléfono, está ahí para ser útil. Y es justo ahí donde se le asigna valor: en su utilidad, en sentirse necesitado. En mi caso, necesitada.

Sí, es una forma burda —pero tristemente común— de nombrar lo que muchas personas han aprendido a llamar amor o conexión. No es casual. Es la repetición incesante de un patrón arraigado en la familia, los amigos, la cultura; la sociedad misma.

En cambio, el sujeto es un acto de rebeldía. Habla, piensa, cuestiona. Se vuelve incómodo, difícil de manejar, demasiado complejo y con quien, ellos no quieren lidiar. Es alguien que, aunque tenga miedo, confía tanto en su intuición, en su poder —por eso mismo resulta tan "peligroso"—, que no duda en lanzarse al vacío. Porque el sujeto es vida: desde lo más arcaico y visceral hasta lo más abstracto y complejo. No necesita alabanzas, ni público adulador. Existe porque sí. Porque puede.

¿Entonces, podré simplemente ser… porque quiero ser?

La respuesta ahora me parece evidente, pero hasta hace muy poco no lo tenía tan claro. De hecho, era todo lo contrario. Para mí, el sujeto era rechazo, una condena a la eterna soledad. Creía que mi virtud radicaba en la complacencia y la condescendencia; así me sentía más visible, agraciada y necesaria. Como un último modelo de celular: atractivo hoy, pero reemplazable mañana, cuando otro y otro y otro nuevo aparezcan. Y esa búsqueda constante de vigencia es agotadora.

No pretendo dar cátedras de amor propio; genuinamente, ni yo sé a ciencia cierta qué es. Es válido estar disconforme, quejarse de inseguridades físicas o de la personalidad. No es pecado querer cambiar algo de uno mismo. Pero justo ahí reside la base de mi idea: "querer" y no "necesitar". "Querer" es el sujeto hablando desde su propia experiencia; "necesitar" es el objeto, buscando validación externa en ojos que jamás se saciarán.

Y hoy, como tantas veces, elijo preguntarme: ¿seguir siendo lo que esperan… o atreverme a ser?

Invierno Cálido

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