Ser la Tierra de su Lápida

No me basta rezarle a tus vestigios;
estimo ser la tierra santa,
bautizar el rostro de la podredumbre
con mi lluvia sacra.
En mi sollozo,
un acantilado se desata.

Añoro esclarecerme
con el rocío más incoloro,
que impacta al sepulcro.

Estoy mudando de piel
en tu tierra de remanso,
acobijando a los gusanos
de la muerte,
rezando por amortiguar,
con mi carne,
cada desmembramiento
que sufra tu inexistencia.

Tu alma, hecha lirio,
pastizal de jazmines,
fue sellada por los cielos
en la vegetación lavanda
de un vasto vuelo.

Pero prometeme que,
cuando avistes el lodo,
el moho y la decadencia,
pasarás a fusionarte con mi vida
al fondo, donde habitan sepulcrales
que lloran conmigo,
que ansían, también,
comerme sin prisa.