Separarse del Creador | 22.04.2025

Me interesa descubrir de dónde nace ese desprecio tan profundo que sentís por vos misma. ¿Qué lo alimenta? ¿Qué te llevó a convertirte en alguien capaz de descargar toda esa miseria emocional sobre mí?

¿Qué te duele de tu maternidad?

¿Te arrepentís de haber sido madre?
¿O solo te arrepentís de haberme tenido a mí?

Te lo pregunto no porque necesite entenderte para perdonarte. No busco consuelo ni alivio. Te observo con la distancia con la que se estudia un experimento: sos un objeto de análisis, una variable con reacciones previsibles. Nada más.

A veces, incluso, siento tanta lástima por vos que el interés desaparece. Pero ahí estás, siempre presente, aferrada a tu obstinación de quebrarme, de provocarme. Es como si necesitaras llevarme al límite para justificar tu propia narrativa. Querés que te insulte, que te humille, que te golpee... porque eso confirmaría tu historia. Pero lo único que generás en mí hoy es pena.

Y no voy a darte ese gusto.
Porque soy mejor que vos.
Más inteligente, más empática.
Y no voy a permitir que ganes una vez más.

No pienso entregarte ni un argumento para que vayas a pelarme el cuero con los demás. Porque eso hacés: fabricás escenas, necesitás testigos. Querés que me vean como el monstruo que pariste, para así consolidar tu papel de víctima.

Pero lo que no podés tolerar es que esta “monstruosidad” que engendraste eligió un camino distinto. Yo decidí ser buena persona, decidí ser honesta, y renunciar a la crueldad que me enseñaste. Elegí no usar mis heridas como armas. Me alejé de vos y de tu miseria, y sé que eso es lo que más te duele.

Eso es lo que no podés perdonarme:
que me haya salvado de ser como vos.