Durante años creí que sentir era un exceso, una grieta por donde podía escaparse todo.
Expresar era ponerme una soga al cuello.
Aprendí a callar antes que a nombrar.
A encerrar recuerdos, deseos, miedos.
A cargar con una fortaleza que no pedí, porque caer no era una opción: si yo caía, otros también lo harían.
Fui ejemplo, aun cuando era pedazos.
Así el sentir se volvió ajeno, el cariño un idioma que olvidé hablar, el contacto una frontera que aprendí a defender.
Viví preparándome para otros, esforzándome por sostener un mundo que no era del todo mío.
Y cuando quienes eran el centro decidieron girar hacia otro horizonte, quedé en una pregunta sin respuesta:
¿Para qué tanto sacrificio si aun así no me consideraron?
El vacío no llegó de golpe, se instaló lento, como una noche que no termina.
Me negué a aceptarlo, me resistí a la idea de que cada destino toma rumbos que no preguntan.
Entonces aparecieron manos distintas, miradas limpias, personas que no exigían ni herían, que me mostraron, sin ruido, que no todo vínculo duele.
Ahí entendí que vivir a la defensiva también es una forma de perderse.
Nunca sufrí por amor porque siempre fui quien se iba.
Pero crecer también eleva los límites, y con ellos llegó la torpeza de no saber quedarme.
No fui suave, no fui dócil, y aprendí tarde que la dureza también hiere.
Lastimé, y me lastimé, intentando comprender emociones que jamás me permití sentir.
Cuando el destino volvió a estrecharse, cuando la resignación parecía la única salida, una luz insistió en quedarse... El arte.
El cuerpo en movimiento.
El sonido que nombra lo innombrable.
El trazo imperfecto.
La imagen que guarda lo que el alma no sabe decir.
Todo me llevó de regreso a la sensibilidad, a la expresión, a la vida.
Si hoy siento, es por el arte.
Porque cada vez que estuve a punto de caer, me sostuvo.
Me enseñó que incluso la fractura puede convertirse en belleza.
Rompí la coraza.
No por debilidad, sino por supervivencia.
Sigo aprendiendo, porque quiero vivir.
No quiero morir de amor, quiero respirarlo, habitarlo sin miedo.
Me abruma sentir tanto, pero también me emociona.
Cada emoción nueva es prueba de que sigo aquí, de que el corazón no se apagó.
Amo a mis amistades.
Creo en el amor.
Creo en el arte.
Creo en el sentir.
Y aunque este camino apenas comienza, sé algo con certeza:
ya no quiero salvarme del mundo, quiero sentirlo.
Aunque duela.
Aunque tiemble.
Aunque me transforme.
- D. Duality -
Carta IV a mi
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