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Señores, yo soy del rojo.

Mey

Jul 1, 2025

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Señores, yo soy del rojo.
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Ser hincha del Deportivo Independiente Medellín no es una elección razonable. No se trata de estadísticas, de copas levantadas, ni de supremacías en las tablas. Ser del Medellín es, más bien, una especie de acto poético, una elección visceral, una fidelidad que se mantiene incluso cuando no hay recompensas. Porque el Medellín, el Rey de Corazones, es un equipo que pierde, que ilusiona sin coronarse, que baila en la frontera entre la gloria y la derrota sin dar nunca el paso definitivo. Es, como escribió Juan Manuel Roca, “la flor de la utopía. El temple en la derrota. El Medellín goza del profundo optimismo de saber que una cadena de fracasos no borra la pasión” (Roca, 2001, párr. 4, citado en García Cames, 2016, p. 102).

Ser del Medellín es encontrarse, en medio de un mundo que premia al éxito inmediato, defendiendo con terquedad el derecho al sentimiento. Es cargar una esperanza que nunca se agota, aun cuando la realidad insista en fracturarla. Como Sísifo, volvemos cada temporada a empujar la piedra, a subir la montaña con la ilusión intacta, a ocupar las gradas del Atanasio como si de nuestra presencia dependieran las estrellas del escudo (García Cames, 2016).

Somos minoría, sí. Pero eso no es debilidad, es marca de identidad. Encontrarse con otro hincha del Medellín es como reconocerse en un espejo íntimo, como si la fidelidad a los colores rojos fuera una lengua secreta compartida. En cada partido, salimos desde las esquinas más apartadas, de uno en uno, para llenar el estadio como una procesión de creyentes. No somos triunfalistas, pero nos gusta ganar. No somos perfeccionistas, porque hemos aprendido a encontrar belleza incluso en la derrota.

En esta pasión cabe la paradoja: el miedo a los minutos de reposición, la danza del gol que no llega, el amor por la jugada bella aunque inútil. Como lo cuenta García Cames, en la jugada de Malásquez de 1984 se condensa el alma del DIM: “conviven el juego al límite con el fracaso, la posibilidad de un error imperdonable con la voluntad estética” (García Cames, 2016, p. 100). La belleza, para nosotros, no siempre está en el marcador.

Y sin embargo, seguimos. No porque ignoremos la frustración, sino porque la asumimos como parte del rito. Nos han enseñado que el sufrimiento no es vergüenza sino identidad. Que la espera puede ser más intensa que el clímax. Que el aguante, ese concepto heredado del fútbol argentino y adoptado con fervor en nuestras tribunas, es la prueba máxima de amor (Alabarces, Garriga & Moreira, 2008, citado en García Cames, 2016, p. 103).

Ser del Medellín es un acto de belleza y obstinación. Es caminar junto al señor de la tienda, el compa de UdeA, las parceras de la barra. Es cargar el corazón con derrotas sin perder la capacidad de amar. Es, en últimas, una forma de estar en el mundo: con dolor, con dignidad, con la esperanza intacta.

Porque como escribió Héctor Abad Faciolince, “nuestro mayor, nuestro secreto y único triunfo es que nosotros somos los de la silenciosa y estoica dignidad de la derrota” (Abad, 2011, p. 89, citado en García Cames, 2016, p. 103).

Referencias

García Cames, D. (2016). Sísifo en el Atanasio Girardot: Mito y aguante en la literatura sobre el Deportivo Independiente Medellín. Comunicación, (34), 99-110.

Roca, J. M. (2001, 16 de diciembre). La flor de la utopía. El Tiempo. Recuperado de http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-715034

Abad Faciolince, H. (2011). Delicias de la derrota. En G. Medina Pérez (Ed.), Sueños a la redonda o el fútbol en la literatura y las artes (pp. 87–89). Medellín: Hombre Nuevo Editores.

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