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Sencillamente

Jun 9, 2025

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Sencillamente
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Estoy más sensible que otros días. Se me caen lágrimas con facilidad y me siento con la fragilidad de quien se termina de hacer un perno y corona en el dentista: completamente desamparado. 

Sé muy bien que tal vez lo que escriba no va a tener ningún sentido para la mayoría de quienes me estén leyendo ahora mismo. Sin embargo, cada tanto necesito ser autorreferencial y hablar de lo que me sucede -más allá de contarlo en un espacio seguro y profesional-. Es una necesidad que alberga la fragilidad con la que encaro, a veces, las cosas. Muy visceral, muy de no sentirme tan solitario de a ratos. Es casi como un grito al aire en la pradera de un gran descampado. 

A veces le doy la razón a N.; tal vez sí estoy condenado a la subjetividad del éxito y al tormento de mi vida privada. Es como convivir con una marea de magma constante; no sabés cuándo puede desbordarse de amor, de dolor, de fatiga o de entusiasmo. Aunque, muchas veces, es todo eso junto. 

Tengo grandes amistades y temo, por viejas traiciones, por el día en que lleguen a su final. Claro está: no soy el mismo de antes. Guardo algunos rencores y miserias, pero me he transformado lo suficiente para saber que algunas personas son sólo ecos de ese lugar en el que antes me habitaba. ¿Me he transformado lo suficiente?

No he sido muy bueno en compartir espacios, ni vinculándome con los demás. Todo este tiempo le he hablado al profundo, denso y enigmático espacio de la web: desde que tengo casi trece años he hablado con otros a través del mundo en línea. Sin ver a otros, mientras la vida me pasaba por detrás; me enamoraba de ideas, me gustaban representaciones simbólicas: me frustraba con rapidez. 

Ha cambiado mucho el mundo desde entonces. Al menos este mundo al que siempre le he comunicado quién era, qué me gustaba, cómo me apreciaba las cosas y qué era lo que pensaba. 

Me siento temeroso y agradecido en la misma medida porque se me está escapando la vida y advierto que, a pesar de los refugios, aún me cuesta encontrar reparo en mí. Y lo más angustiante es que pienso que tal vez jamás lo encuentre más allá de toda resiliencia. 

Las palabras y las cosas me interpelan sobremanera. Estoy más sensible que otros días. Pero aún tengo esperanza porque mientras escribo esto, cada tanto, paro y observo el retrato que tengo con mi hermana frente a la casa de mis abuelos. Bajo un árbol que ya no está, sentados en un tronco que se quemó en algún lugar del tiempo: tengo la sonrisa de mi madre y los ojos de mi padre; ella tiene la sonrisa de mi padre y los ojos de mi madre. ¿Cuánta agua ha pasado bajo el puente? 

No dejo de observar el pasado con mis fragmentos en la mano y con la mochila llena de prejuicios, de dedos apuntando, de huellas de acciones malditas, de dolores que jamás han sanado, y tal vez nunca lo hagan. 

Duermo con esas representaciones, con lo alterado de nunca sentir que he sido suficiente para cualquier cosa. Por eso, cada mañana, me levanto con un ancla y prendo la televisión para ver qué pasa y todo lo que veo me llena de desesperanza. Entonces, ando, ahí, con lo que se puede, como se puede. Entre la esperanza y la desdicha. Con amistades pero con temor a perderlas. 

Se me caen lágrimas con facilidad y me siento con la fragilidad de quien resiste en el alba, con la sensatez del corazón más blando y con la fiereza de sentirme un imbécil cada tanto.

Habitar mi casa es verme en esos ecos que se refractan en los espacios que antes fueron refugio, tortura, sentido; dolor, pasión, juicio. A veces, con un nudo en la garganta vivo esta vida y todas las demás al mismo tiempo, por eso me encuentro disociado la mayor parte del tiempo. 

Todavía le temo a algunas cosas. No soy el mismo. Si, me equivoco y he dañado a otros: me he dañado. Estoy roto, vivo corriendo, emparchado y lleno de clavos como quien decía: “Venga del aire o del Sol, del vino o de la cerveza, cualquier dolor de cabeza se corta con un geniol”. 

Cuando me detengo me doy cuenta que estoy más sensible que otros días y me caen lágrimas con facilidad. Soy, ante todo, un humano que ama la vida y teme por lo que se termina.


Elías Brizuela

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