seda en el agua: corazones a mordidas.
Dec 15, 2025
tibia, engañosa: mentira azul que prometía sostenerlo todo.
entró despacio, como si el cuerpo supiera antes que la mente que ahí se venía a perder algo. el cloro ardió en los ojos, pero no dolió tanto como la forma en que ella flotaba: ligera, riéndose, intacta. como algo que nunca aprende a hundirse porque siempre tiene a quién romper primero.
cuando lo vio, sonrió.
esa clase de sonrisa que se te pega a la piel como miel: dulce, espesa, imposible de lavar.
— ven —dijo—. todavía no sabes nadar.
subió por su pecho, por el cuello, por las dudas. no sabía mantenerse a flote, pero avanzó igual. siempre avanzaba cuando ella estaba ahí. siempre se quedaba donde podía ahogarse si lo soltaba. la seda se acercó primero. risa líquida, eco suave, calor en medio del frío. el agua los empujó hasta juntarlos, como si el mundo hubiera decidido que ese choque era necesario.
— no sabes nada —murmuró—. estás vacío de cosas bonitas.
bajo la piscina, sus dedos se enredaron en los de él. no fue un gesto tierno: fue una promesa afilada.
— oh, mi daō... yo te enseñaré, yo te enseñaré todo lo que no sabes.
al pestañudo se le llenó el pulmón de aire por primera vez. sí, aquella era oxígeno puro: risa, agua clara, amor fácil. se aferró como quien aprende a respirar y no quiere volver a hacerlo solo.
— quédate —dijo—. que con eso me basta.
fiel al filo lo miró distinto entonces. ya no como juego, sino como carga. en sus ojos había algo más pesado que la mentira: lástima. ¿o acaso era algo más?
acercó paso y mirada hasta que las frentes se tocaron. la respiración se mezcló. el agua subió, lenta, traicionera.
— eso es lo que me rompe —confesó—. que me necesites así.
en instante, bocas temblorosas que se rozaron. no, no fue un beso; fue miel sobre una herida abierta. dulzura que arde después. él sonrió, creyendo que el roce era amor.
no entendió que el aire en exceso también mata. que incluso el oxígeno ahoga cuando no deja espacio para exhalar: en la piscina, ya no se puede respirar
los dedos se soltaron.
el vacío fue inmediato.
— no puedes vivir respirándome —dijo ella, casi con cuidado—. yo no soy salvación.
el azul se volvió pesado. los pulmones ardieron. quiso acercarse, pero ya flotaba lejos, intacta, hermosa, cruel como una verdad bien dicha.
— ya me enseñaste a respirar —alcanzó a decir—. ¿y ahora?
— aprende a hundirte sin mí.
cuando salió del agua, no miró atrás.
y quedó ahí, tragando azul, entendiendo demasiado tarde que aquello que lo mantenía vivo también era lo que lo estaba matando.
la piscina guardó el recuerdo:
risa diluida, amor que se pega,
y dos corazones rotos aprendiendo —por fin—
que no todo lo que da aire permite seguir viviendo.
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