Avasallé los toques del sol y corrí,
presta a la luz finita.
En mi quimera yo era la joya
que se había fundido en fuego.
En realidad, me trago el ocaso,
conteniendo mis ojos,
yo veía caer la sangre de un día
que no iba a volver.
Ya se había resbalado
el resto del pellejo del cielo,
para revelar su coraza negruzca.
No tenía destellos,
pero la nostalgia era similar
a un faro en la nada.
En esta paradoja yo solo era testigo
de cómo todo perdía la vida
solo para recobrarla.
Y en la imprudencia de lo perfecto,
el devastador solo tumbaba
una insignificancia perdida
en el caos de su normalidad.
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