La noche más larga del año,
cuando los bordes del mundo se disuelven,
cuando el fuego cruje en lenguas antiguas
y el agua guarda visiones para quien sabe mirar,
la he pasado contigo.
Dicen que en San Juan se abren portales,
que los deseos, si se lanzan con fe, cruzan el umbral.
Yo no lancé papiros ni hierbas al río,
porque ahí ya estabas tú,
entre quimeras y mi adoración.
Las hogueras ardían lejos,
pero tu risa siempre ha bastado para alejar las sombras,
y el calor de tu cuerpo hacía innecesaria
cualquier llama que intentara apaciguar el invierno.
Hubo un momento
—quebradizo, suspendido,
muy parecido a mí —
en que el tiempo se volvió quietud.
No hubo canto, ni cauce, ni relojes.
Sólo nosotros,
en un sortilegio silente.
Ojalá todas las noches
se extendieran así,
Ojalá mi vida entera
sea este embrujo.
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