Recorriendo las calles encuentro en mi camino una figura encorvada, temblorosa y de paso lento. Cubierta su cabeza con un pañuelo y su pequeño cuerpo con un abrigo unas pocas tallas más grandes, de manera que llegaba hasta sus rodillas y las costuras de sus hombros caían ya a la altura de sus brazos. Esta llevaba ambas manos ocupadas, la una, con un bastón, muy machacado por el tiempo, tanto que su base, la zona que distribuye la carga hacia el suelo, estaba arreglada con bolsas de plástico color azul y vendas; su otra mano, temblorosa, sostenía un vaso de cartón, también muy desgastado por el paso del tiempo en el que aquella pequeña mujer parecía pedir, sin decir palabra a la gente que se cruzaba, unas monedas. En la parte inferior de su cuerpo, sus piernas rozaban la intemperie y rodeando su pie izquierdo una pelota de vendas con franjas rojas y blancas anaranjadas por una cura con betadine. Iba descalza, recorriendo las calles con su bastón y su silueta y acelerando todo lo que podía al cruzar la calle para no quedarse atrás.
Me pregunto entonces, ¿cuánta gente ha sido dejada atrás así, cuánta ha sido víctima de esta violencia ciega, la incomodidad, que sentimos porque sigan dándose estas situaciones? ¿Cómo es posible que hayamos decidido que no va con nosotros? Hemos preferido sepultar la compasión pintada de vergüenza y miedo, parece que hemos decidido, una vez más, establecer divisiones y derivar siempre a menos.
Pese a que no suelo ser una persona con emociones muy estables y ya estoy acostumbrado a ello, encontrarme esta situación me ha sumido en un estado de tristeza tan profundo que he sentido como los tentáculos de la oscuridad me consumían poco a poco, esta imagen ha aparecido así en mi cabeza sin evocarla, lazos de oscuridad abrazando la luz de un candelero, uno que sigue esforzándose por luchar contra el viento ártico y mantener prendida la llama que prometió salvar.
Debo continuar recordando que muchos estamos en una situación privilegiada y que la situación de estas personas es asunto de todos, se puede cambiar, no debo olvidar nunca que poseo las capacidades y las herramientas para, como mínimo, intentarlo.
Por otro lado, para conseguir cambiar la situación, debo cuidar al candelero y proteger su luz, recordarle a él también que, pese a que le abrace lo desconocido y le golpee la nieve, el calor de las velas que se mantienen encendidas lo ayudan a sobrevivir en la ventisca.
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