Hay un pensamiento utópico, persistente, irritante incluso, que no hace más que devorarnos lentamente como si de un monstruo, entregado a la masacre, se tratase.
Es un pensamiento corrector, me atrevería a decir, aquel que borra los bocetos de nuestras ideas y las modifica a su antojo.
Es, principalmente, un pensamiento destructivo.
Este pensamiento cuyas sombras tanto resalto no es más que el movimiento de positivismo que divaga por nuestra sociedad, convirtiéndose a su vez progresivamente en nuestra pesadilla más recurrente al abrir los ojos.
Nos encontramos exhaustos, acorralados por frases como “atraes lo que piensas”, “todo es cuestión de perspectiva “ que no hacen más que renegar el propio lado dionisiaco del ser humano.
Opacan nuestro lado sensible, critican nuestra ira, pintan de rosa lo que no se aproxima a las tonalidades grises.
Quedamos reprimidos.
No llores, en este mundo de unicornios y piruletas no está permitido.
Mientras tanto, aquí, en el mundo real, donde la mente de los estudiantes pasa rápidamente de preocuparse por las notas de corte a los altos precios de los alquileres.
Donde hay padres y madres que trabajan día y noche para poder darle un futuro acogedor a sus hijos.
Aquí, donde la gente muere, queda enferma y sufre por la ausencia de una buena salud mental es necesario encontrar refugio en una lagrima que nos conduzca a un mar sereno y en calma.
Este sin sentido actual, parece no aprender de lo que tanto llevamos arrastrando en nuestras espaldas: generaciones que parten de una educación represiva basada en el miedo, una sociedad aplacada por la guerra civil donde la supervivencia prevalecía a los sentimientos, donde el hambre y la muerte no se paraban a debatir la importancia de la salud mental.
Generaciones que al mismo tiempo han ido inculcando valores a su descendencia, provocándoles a muchos la incapacidad de trabajar una buena inteligencia emocional pero sí la capacidad de acatar los roles que la sociedad va a imponerles.
Sin embargo, ahora que la modernidad corre por nuestras venas y la presumimos tanto como si fuera sangre real, hemos de deshacernos de la imagen robotizada que hemos creado del ser humano; una máquina incapaz de expresar su ira a la subida de los precios, un androide independiente cuya actitud pasiva-agresiva se refugia en la asertividad, un humano al fin y al cabo.
Ha llegado el momento de entender y aceptar la existencia de factores externos que no podemos controlar y que a menudo nos condicionan.
Por ello, incitar a sofocar el sufrimiento es condenar al individuo a una infelicidad perdurable, a un vacío constante, a la ansiedad por sentir que una parte de su ser está siendo reprimido.
Estamos constantemente paseando por una fina cuerda que nos hace debatir sobre la forma en la que ver y aceptar la vida.
Pero bien sabemos que elegir entre adoptar una actitud positiva o negativa frente a la vida es limitante pues quedamos supeditado a ver la vida con una visión reducida.
Sumergidos en el intento de comprender el abismo desconocido de nuestras mentes, se han propuesto una infinidad de teorías que explican al ser humano, pongamos de ejemplo el Eros y el thanatos de Freud; el Eros representa la vida, la creatividad, la creación, ¡el amor! Mientras que el Thanatos se acerca al lado oscuro que tanto tememos: la destrucción, la ira, los aspectos más sórdidos del ser humano. Aunque este último puede provocarnos rechazo pues representa al ciclo de muerte, en realidad cumple la función de satisfacer la necesidad de liberar tensiones, de cambiar o de ayudarnos a salir de la crisálida y transformarnos en un camello, un león o quizás un niño, pero permitiéndonos salir a ver el mundo real.
El espíritu dionisiaco y el apolíneo, junto al resto de explicaciones que dan vida a una visión más amplia y profunda de la humanidad, han pasado a ser rechazados por la sociedad actual, con la intención de aceptar únicamente los hilos de luz y bondad que nos componen.
La tensión entre nuestras emociones negativas y positivas son las culpables del dinamismo de las acciones humanas y por supuesto del progreso, por ello es esencial dar el paso que no provocará la evolución de nuestra especie pero quizás sí la evolución de las relaciones entre los individuos y entre ellos mismos.
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