Este es un post que se escribe en blanco y negro.
Una pequeña broma que él mismo ha aprendido a disfrutar.
Caracas es un sitio con el cual he llegado a establecer una relación muy íntima, me acoge y nos llevamos bien, pero ambos lo sabemos: nunca le voy a pertenecer por completo.
Mi esencia está en mi isla.
Sin embargo, ella me ha ofrecido personajes que se han quedado grabados en los textos compartidos.
Ahora forman parte del acervo, la mítica que aquí he desarrollado.
Independientemente, dónde me pongan los vientos pronto, en este pedacito, he sido muy feliz.
De mi amigo Roberto, yo podría hablarles por días. Son muchas impresiones, como muchos son los cuentos que relata, en una misma conversación y sin perder el hilo conductor.
Sabe manejar cómo nadie el recurso del paréntesis para hacer las explicaciones pertinentes de un cuento.
Confieso que en otras ocasiones se los he presentado: le cambio la nacionalidad: cuando digo que es mi amigo italiano, lo pongo de Uber en moto, hablo de cómo le dice babilónicos a unos imberbes.
En fin, que se ha vuelto recurrente en estas letras por lo singular del personaje que es, aunque él, si llegara a leer esto diría que solo es un hombre corriente.
Todos aquellos que lo conocemos, concluimos que hay muchas maneras de describirle; corriente no es una de ellas.
Si tuviera que finalizar esta serie de relatos, me gustaría concluirlos con él.
Así que usaré la que creo, de todas sus anécdotas de juventud, es la más dantesca.
Ahí va, avanzando por la Avenida Principal de las Mercedes, un flaco con pelos largos, montado en patineta.
En las manos lleva una pipa.
Avanza hasta el Palacio del Fumador, entra y da las buenas tardes, porque los modales hacen al hombre.
Pide una lata de picadura para llevar, Captain Black Original, la de la etiqueta blanca, fósforos y una Coca Cola.
El portugués que le atiende no repara en preguntar si cumple la edad requerida para fumar; venderle tabaco a un menor, nunca ha sido pecado o al menos no lo era, en la mayoría de nuestros países.
Mis abuelos y yo, que fumamos desde los 13 años, así lo confirmamos.
Ahí va mi amigo feliz, echando más humo que una locomotora, por toda la calle, ante las miradas incrédulas de conductores y peatones.
En la Venezuela del momento, solo fuman el presidente Rómulo Betancourt, par de viejos más y él.
Al llegar al semáforo, el esfuerzo del traslado y el calor de la fumada le dan sed.
Destapa la Coca Cola y el Tongue Bite lo azota; bien aprendida queda la lesión:
Caliente, caliente, ¡te puedes quemar!
Mario, pero no Hernández.
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