Una grieta en el suelo, una mancha de tinta, una huella ausente era excusa para evitar mirar el cielo. Lo no nombrado, el que habla sin cuerpo enfermaba de muerte a quien le dirigiese cuentas. Tumulto, fue lo primero que provocó al mirar hacia abajo, los niños regresaban a sus hogares, los bomberos querían evitar la fiesta. Fue una herida que no cerró pronto, dejando a todos cabizbajos. Fue una enunciación que intercambio la cicatriz por la sangre. ¿De dónde viene esta forma que no es más que una narrativa del cuerpo?
Pensar en algo que remita a su mirada que no se pierde por la noche, razones de temer a los que no son pacientes. Los laberintos del cielo claman desalojar la tierra, pero muchos se resisten, exergo que escriben en la piel. El viento les da esperanzas, borrando por un momento la terrible nostalgia del castigo.
No es constante, sin embargo, la mudanza transitoria de la culpa. Haciendo astillas de lo que dijeron ayer: Hoy pronto lloverá e inundará los placeres del mundo, dijo el niño antes de fallecer. Su dibujo que aún se exhibe en el museo del pueblo predigo su muerte, el cruce de truenos y la aparición del rostro, que nunca se fue.
Imagen de Pexels. Propiedad de Summer Stock
Verónica Abir
Solo lo intento cada día, como respirar. Ves tus ruinas como son, libres de la ilusión, las expectativas (...) de modo que por fin puedes empezar a contar las tuyas. BELMAR, Issac
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