Domingo silencioso y vacío.
El aceite sigue en su frasco y la harina no es amada.
El agua no hierve y la bombilla no tiene un beso de buenos días.
Me siento,
solo,
y el añejo retumbar de ese reloj me hace recordar,
recordarte.
Recurrentes imágenes de alegría plena entran por los poros de mi piel
y sin que estés,
estás.
Me levanto y camino;
pequeñas pinceladas de nostalgia lila atrapan mi atención.
Tazas de cera que ni cerca volverán a ser;
ropa sucia que nunca será tendida;
santos a los que jamás se adorarán;
fotos de familia donde ya no aparecerás.
Freno junto a tu cama,
tu espacio,
tu lugar que fue tuyo por más de siete décadas.
Un pequeño refugio para mí en los días de lluvia,
de agonía, sin compañía,
donde tu abrazo cálido apaciguaba los miedos.
Me acuesto y lloro:
lloro por los 21 años que abrazaste mis dolores;
lloro por lo fuerte que fuiste al pelear;
lloro por la ira de no verte más;
lloro por el amor más puro.
Lloro por todo. Lloro, lloro, lloro… y te lloraré toda la vida.
¿A quién le voy a dedicar mis logros si no es a vos?
¿A quién recurriré cuando esté resfriado y no sepa qué tomar?
¿A quién nombraré el día de mi boda?
¿A quién pasaré a visitar un domingo silencioso y vacío?
Me levanto y, secándome los mocos con la manga,
tragando las lágrimas de despedida, intento poner la pava.
Hoy, aunque no puedas acompañarme,
quiero por fin sacarme la espina que me acompañará la eternidad.
Quiero tomar un mate con vos, abuela.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.


Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión