Hay un atajo insensato hacia el desequilibrio: basta que algo roce tu voz para que me desconozca. Y entonces me da por juntar las piezas dispersas, convencido de que un instante alcanzará para encajarlas en vos. Pero no es lo mismo tener los fragmentos que encontrarles la respiración justa, el orden secreto que les da sentido. No se trataba de rompecabezas, nunca; era otra cosa, dos lógicas paralelas que jugaban a coincidir en apariencia. Y qué tentador aquel desvelo, esos juegos a medianoche donde lo más hermoso era saber que en cualquier momento podíamos querer romperlo todo.
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