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Rodrigo

Sep 18, 2025

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Rodrigo
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Rodrigo avanza a paso firme, apoyando las suelas con decisión, buscando dejar huella. Arroja los brazos aquí y allá, le grita a los niños que pasan jugando y frena con las manos en alto a todo aquel que quiera acercarse demasiado, como si tuviera poderes especiales.

Señales de alerta e insultos varios acompañan su andar y van manchando el ambiente cuando éste se retira. Su voz se deforma con la distancia y pierde sentido más allá del ruido, como un efecto Doppler petulante.

– ¡Más cuidado! ¡Distancia! ¡Atrás! ¡Los pies! – Son algunas de las exclamaciones de las que abusa, todo con el fin de evitarse un desagrado, un desrespeto: que le pisen la sombra.

Verán, Rodrigo se caracteriza, entre otras cosas, por tener una peculiar obsesión con su sombra; la muestra y enseña orgulloso, camina asegurándose de que ésta nunca se salga de la vereda, no la proyecta por sobre la caca de los perros, impide que cualquiera atine siquiera a pisarla e incluso evita salir de casa al mediodía con el sol en alto, porque entonces no dejaría sombra.

Nadie sabe bien cuándo, cómo, ni por qué desarrolló esa manía tan curiosa, pero todos lo conocen y actúan en consecuencia a su alrededor, respetándola.

Ya de pequeño se lo veía sentado en el borde del banco, guardando espacio a su lado, permaneciendo en casa en los días nublados para que no desaparezca y hasta durmiendo con la luz prendida para no perderla.

En su casa todas las lámparas están colocadas del lado izquierdo, siempre dejando lugar al derecho para un buen sombreado horizontal.

Tiene también la costumbre de “puntuar” las sombras ajenas, criticando siempre su forma, tamaño, definición y hasta color. Siempre la suya es la más oscura y definida.

No tiene muchos amigos, por no decir ninguno. Es difícil relacionarse con quien prefiere la compañía de un hueco antes que la de una persona.

– No tengo ni necesito una novia, ya tengo a alguien que nunca me va a abandonar – replica cada vez que alguien le pregunta cuándo conseguirá pareja.

Hay quienes sospechan que su manía es producto de un trauma de abandono, o varios en realidad. Abandono que sufrió de su padre, un fumador empedernido, tanto que hace más de treinta años que se fue a comprar cigarrillos. También de su madre y su abuela, que ambas se escaparon de la mano de un hombre de amplios bolsillos tras la desaparición del padre, siguiendo el sistema valija.

Incluso sufrió el abandono de parte de su prima segunda, que fue también su primer novia y lo dejó por su primo tercero, un ejemplar de brazos fuertes y silueta más voluminosa que la suya.

Puede que la fijación de Rodrigo sea en parte justificada si miramos a los hechos pasados, aunque la solución a sus problemas es bastante peor que la enfermedad.

El aislamiento sombrío le trajo dificultades para mantener empleos, para relacionarse en lo académico, en lo personal y ni hablar de lo reproductivo.

Ese es el motivo por el cual mantiene una obsesión oscura y estridente con su propio contorno, con su ausencia. Porque sabe que siempre estará allí, soldada a sus pies y acompañándolo a todas partes, sin pretender ser más que él, sin robarle a su madre ni a su prima. Solo exigiendo una pequeña cantidad de luz para poder existir.

Es por eso que el pobre Rodrigo pisa con fuerza y aleja a los demás peatones de su proyección, porque se ha convertido en la sombra de su sombra.

Jeremías Guedes

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