Una fe ciega me impulsa la garganta.
Ha empezado el trance de mi real soledad.
Rostros: solo los que aparecen, como fantasmas, en los vidrios.
Los fantasmas aterradores de mi laberintico ser;
los que moran las tumbas mal cerradas,
mis pasionales olvidos,
mis más racionales conclusiones o prejuicios.
Mis murmurantes voces sin descanso.
Y el cuchillo, el filo de mi brutal silencio;
la implacable decisión de verme por completo.
Exorcizarme y rescatarme.
El ritual al que asisto en todas las noches negras.
Mi creencia, solo mía, de sagrados amaneceres
claros donde mirar, observar, ver por fin.
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