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    Ahí. En esos espacios donde nadie quiere habitar. En esa esquina pequeña voy a expandir mis tentáculos. En el rincón con telas de arañas que crecen y crecen y crecen. Voy a ahorcar con las ventosas que nacen en los poros. Voy a aspirar. Exhalar un nuevo humo. Mucho más verde, mucho más rojo. Pero las babas, sí. Esas brotan. Y dejaré que me rebalsen, que todo se inunde para que se llene la casa del liquido salado que emanan algunas fuentes. Tan dulces y pegajosas. Y del pico que salgan los huevos. Anfibios y mascarados, como nácar. Brugmansia que te deja ciega para poder ver con las tetas. Porque ella sí sabe de aromas. Y de la atracción, de la seducción. Cuando florece no hay nariz que se resista, que no se quiera meter en su cavidad peluda. Por eso la amamos y la cultivamos. Cuidamos que crezca el árbol fuerte, sano. Para sanar, sano. Y para perpetuar expando. Esos tentáculos de mamá pulpa. De yaga cerrada con la misma baba. Baba Yaga. Un ultramar espeso que nadie quiere habitar.

    Rocío Giménez Ferradás

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