Estimado explorador:
Dejo escrito en estas letras un registro detallado de la magnitud y esplendor que contenían estas ruinas. He aquí lo que levanté con la esperanza de ser eterno como el sol que alumbra los días, pero que ahora solo contienen cenizas.
He tomado la tarea de retroceder el tiempo, dando vueltas hacia atrás las agujas, para poder recordar así el primer momento en que contemplé aquello que sería el rostro al que le rendiría mil plegarias, cientos de besos, miles de caricias. Donde levantaría todo un imperio dedicado a nuestro amor.
Me temo que una mezcla de sensaciones me impiden relatar esta cronología con claridad. Estimado descubridor de estas líneas, pido disculpas de antemano por tan gran falta de respeto hacia su atención.
Escribo aquí, en esta pequeña plataforma, esperando que este mensaje dé testimonio de que alguna vez amé. Ya sea que llegue por pura curiosidad, azar o destino, he enviado esta carta adjuntando mis últimas líneas. Para después arrojar esto, como un mensaje o mapa secreto guardado en una botella a flotar en el mar.
Meditando en bares, habitaciones y lechos de dudoso origen, he intentado dispersar los fantasmas que me acosan día tras día. Que me visitan acompañados de los brazos de Morfeo durante el reinado de la luna. Esta carta en la que dejo derrochar lo último que queda de mi alma, es testimonio de mi derrota ante mis pensamientos.
Cruel ha sido el tiempo conmigo, que no me ha permitido que el recuerdo de ella se haya erosionado. No, hasta que deje registro de lo que una vez hemos compartido. Me enamoré, primero por las cosas que teníamos en común. Decidí quedarme y amar por aquellas cosas que eran un defecto.
He aquí el territorio donde decidí erigir nuestro reino.
¿Por qué? Porque, estimado explorador. El amor sería muy fácil si las personas encajaran como las piezas de un rompecabezas. Pero seguramente sabes, y más todavía si estás recorriendo los vastos rincones de este enorme océano, que el corazón humano suele encajar en más de una pieza, ya sea por necesidad o por naturaleza.
Eran esas cosas que no compartíamos, eran también las cosas que me daban una nueva visión del mundo. Son como los ojos de un recién nacido que ven por primera vez, huelen el perfume más delicioso, tocan la seda más exquisita. Estar con ella, fue sentir que mi vida era renovada, como si hubiera estado sumido en un sueño. Y ahora con su toque, vi el mundo como es en realidad.
Todas esas maneras de ser, de hablar, de estar y no estar. Todo está aquí, en estas ruinas de lo que alguna vez fue grande, majestuoso, hermoso... Por allá están todos los templos que levanté en honor hacia la belleza de su rostro en la mañana. Estas columnas que ves aquí, agrietadas algunas, otras destruidas. Fueron hechas con las más finas promesas, la más fuerte de las lealtades como base, las más altas ambiciones.
Ese jardín de ahí fue plantado con ilusiones, con sueños. De allí crecieron grandes esperanzas.
Hay un enorme teatro allí atrás, se proyectaban obras magníficas sobre nuestras aventuras, sobre nuestras risas en las tardes, sobre aquellas palabras que se susurraban en las noches. También era sede de los espectáculos más lamentables que se pueden ver, sobre las discusiones en la mesa, sobre los gritos en el aire, palabras lanzadas como cuchillos de filo letal. Acompañados de silencios lentos, interminables, dolorosos, que se sentían como desangrar.
Te puede parecer que ahora no hay nada, pero si prestas atención, adjunto con esta misiva, un mapa donde dejé acumulados los besos que le debía. Había cientos de miles de caricias en el suelo, pero me temo que fueron saqueadas por alguien más.
También dejé marcado un manantial que recorría todo su territorio, suave miel que empezaba en sus mejillas, bajaba a través del valle entre sus pechos, y terminaba en donde la fina seda se toca entre sí. Un surco suave y delicado, que podía tomar horas llegar hasta el final, o quizás encontrar de inmediato el camino. Siempre dependía de cuánto tiempo teníamos para nosotros.
Por allá entre la frontera de las pasiones y los secretos, había un lindo y cálido lugar en donde estaban los abrazos. Lugar de paz, donde había muchas risas que rebotaban en ecos de felicidad. A veces sentía que podía quedarme allí eternamente.
Jamás se lo dije, pero repetí cual leyenda de origen incierto, que el lugar en donde las estrellas fijas estaban, era el mismo en donde había un lunar en su rostro. Había grandes estatuas dedicadas a la esperanza. Adornadas con piedras preciosas hechas de cartas.
Tengo un leve destello, sé que hay un cementerio antiguo y profundo, donde guardé mis dolores y mis traumas. Temo que también, seguramente, mis recuerdos de ella quedarán allí enterrados, una vez termine de escribir este testamento.
He aquí mi reliquia más grande, más preciosa... Dejo marcado aquí, al final de todo. Un diccionario, una enciclopedia, un atlas, nuestra piedra, ahora incompleta, de Rosetta. Ambos la construimos, la marcamos, pincel a pincel. Mirada a mirada. Palabra por palabra.
Si alguna vez logras decodificar su contenido.
Quizás aprendas a ver el movimiento sutil de sus cejas cuando no le gustaba algo.
Tal vez escuches con atención ese suspiro de cansancio al final del día.
Aprendas cuántas cucharadas de azúcar le gustaban en su café.
Cuántos pasos daba desde la cama hasta el comedor.
Cómo sonaban las llaves al entrar a la casa.
El exacto e inconfundible perfume de lilas que llevaba puesto antes de partir.
Si estudias bien, y logras aprender, sabrás cómo eran las huellas de sus pies mojados al salir de la ducha.
Todo esto fue dejado para la posteridad en grandes cuadros que adornaban la iglesia al final de la calle principal. Lo siento si acaso para cuando llegues, ya hayan sido borrados por el tiempo.
Por todo lo demás está aquí, en medio de esta enorme ruina de lo que alguna vez fue un gran imperio dedicado a este amor.
Me temo, estimado lector, que su tarea será por mucho tediosa y agotadora. Cuando uno se enamora de otro, construye al igual que esto, un lenguaje que solamente los que lo confeccionaron entienden. Gestos, miradas, tonos, toques y palabras que para la mirada ajena no son nada. Pero para los que saben contiene un secreto.
Lo siento si acaso en su intento quedan huecos en su investigación. Un idioma que fue escrito para dos, y que solo estos pueden hablar, difícilmente pueda ser entendido por un ajeno.
Más todavía cuando solamente quedan ruinas de un amor que difícilmente puedan darle más pistas.
Me temo, señor, que este lenguaje en donde guardé todos mis sentimientos, ya es una lengua muerta.
Me despido atentamente, agradecido de su tiempo, le deseo la mejor de las suertes, con la esperanza de no tener que sufrir el mismo destino que el autor de esta carta.
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