Restos de (mi) tintero

Desnuda en el templo, camino al lago yaciente de sueños. Me empapo de los anhelos impolutos de mil ventanas de cuartos soñadores. Y no hallo lo que busco, no está en ningún cóncavo, ni bajo las rocas, ni bajo el agua diáfana. Mas soy necia, impúdica. Trato, trato, trato. Intento alcanzar la luna. Me mira desde el cielo inmenso, lleno de estrellas que me gritan a través de la luz, si son buena compañía, si no aconsejan sabiamente; ya no estoy segura. Recojo mi ánima, despojada de secretos y solo me quedan las ganas de depositar este sentimiento en una cantimplora decorada con las letras ajenas de mi nombre. Imploro no ser tenaz ante mis ojos, pues este par de gemas son las que observan las flores crecientes con nostalgia. Me hallo tras tres vendavales que oscilaron, como si supieran que yo era más fuerte y dudaran, porque su misión fue derribarme. Aún soy víctima del ἔρως, irrepetible cariño que siento al cruzar la calle y notar el cableado, tan enredado, así de indescifrable ha de comparar yo, mi cabeza vacilante. Si arranco las páginas de mi diario donde está ese nombre y me escondo tras los vocablos que desaparecen a la par que se pronuncian, sí, de mis deseos más profundos, es disiparme en el aire. Y quizás, ahí en mi viaje de esmog, encontrar la respuesta que mi corazón necesita para saciar su hambre devoradora de curiosidad.