La responsabilidad afectiva, lejos de promover un verdadero cuidado mutuo, opera muchas veces como una tecnología de control emocional, moralismo encubierto y vigilancia afectiva. A través de once puntos críticos, se analiza su carácter punitivo, capacitista, heteronormado y profundamente neoliberal.
1.Es moralizante y punitiva
La responsabilidad afectiva suele ser presentada como una herramienta de cuidado, pero muchas veces opera como una forma de moralización encubierta. En lugar de abrir espacios. En lugar de abrir espacios para el diálogo, establece un sistema de corrección y castigo. Se convierte así en un dispositivo donde se espera que las personas respondan emocionalmente de un modo "correcto". Y si no lo hacen, son sancionadas simbólicamente: se las expone, se las cancela o se las acusa de "no hacerse cargo". En esta lógica, el afecto deja de ser fluido o situado, para transformarse en una obligación.
2.Genera un sistema de exclusión y listas negras
Quien no cumple con ciertos estándares afectivos es señalado, aislado o directamente borrado del circuito vincular. Esta práctica genera listas negras emocionales, verdaderos "guetos afectivos" donde se distingue entre sujetos deseables e indeseables. Se trata de una forma contemporánea de exclusión que recuerda a mecanismos autoritarios, pero travestidos de justicia emocional. Lejos de despatologizar, termina produciendo nuevas patologías del lazo.
3.Funciona como una regulación heteronormada del deseo
Aunque su lenguaje es inclusivo, la responsabilidad afectiva suele operar bajo los moldes del viejo amor romántico monogámico. Se espera exclusividad, claridad, comunicación constante, transparencia. Se presupone que el deseo puede (y debe) ser gestionado, anunciado, consensuado en términos racionales. Es decir, se reterritorializa la vieja pareja burguesa bajo otro nombre. Lo que parece progre, muchas veces es solo una versión aggiornada del noviazgo tradicional.
4. Impone protocolos universales sin considerar situaciones individuales
La responsabilidad afectiva se presenta como una ética universal del vínculo. Pero en la práctica, esto implica exigir a todxs lxs sujetxs que actúen del mismo modo, sin tener en cuenta sus diferencias psíquicas, culturales, económicas o situacionales. El resultado es una estandarización del comportamiento afecivo, donde se espera que todo el mundo diga, sienta y responda según un protocolo emocional común. Eso no solo es irreal: es profundamente injusto.
5. No permite la tramitación de traumas de manera genuina
En lugar de permitir una elaboración compleja de las heridas, la responsabilidad afectiva muchas veces promueve respuestas reactivas: la venganza, la cancelación, el castigo. El trauma se convierte en argumento para excluir, para demandar, para exigir. Pero muy pocas veces se piensa qué necesita realmente una persona afectada para elaborar un dolor. Esta ética no propone una tramitación, sino una administración de culpas.
6. Refuerza la idea de la culpa individual sobre problemas estructurales
Como tantas otras herramientas del progresisimo emocional, la responsabilidad afectiva deposita en el individuo toda la carga de sus acciones. Si alguien se equivoca, debe "hacerse cargo". Si daña, debe reparar. Pero en esta lógica desaparecen las estructuras sociales que producen ciertos comportamientos. La pobreza, la marginalidad, la desigualdad emocional también forman parte de lo vincular. El problema es que esta ética no lo contempla: solo ve individuos culpables.
7. No reconoce que hay perosnas que simplemente no pueden cumplir con ciertas exigencias
Hay cuerpos, psiquis y subjetividades que no pueden responder a las demandas de claridad, coherencia, expresividad o disponibilidad afectiva que exige esta ética. No se trata de mala voluntad. Se trata de otras formas de existir, de hablar, de sentir. Al no reconocerlo, la responsabilidad afectiva se vuelve capacitista. Excluye a quienes no pueden o no saben funcionar según esos parámetros. Y muchas veces, ni siquiera se da cuenta de que lo hace.
8. Ignora otras formas de afectividad y subjetividad
La mayoría de los discursos sobre responsabilidad afectiva se centran en personas jóvenes, sexualmente activas, neurotípicas y urbanas. Pero existen otros modos de vivir el vínculo: perosnas mayores, enfermas, discas, no sexuales, solitarias, etc. Sus formas de afectividad no encajan en este molde y quedan sistemáticamente invisibilizadas. En nombre del cuidado, se perpetúa la idea de que sólo cierto tipo de subjetividad merece ser cuidada.
9. Es una extensión del control social bajo un discurso progresista
La responsabilidad afectiva puede funcionar como una tecnología de vigilancia emocional. Te observa, te mide, te exige. Está menos interesada en comprender lo que sentís que en evaluar si lo estás expresando correctamente. Como en cualquier régimen de control, quien no se ajusta es mal visto, se sospecha de su empatía. En ese sentido, no se aleja demasiado de los antiguos mandatos religiosos o morales.
11. Refuerza la fantasía de que querer es poder
Si querés cambiar, cambiás. Si te equivocás, pedís perdón. Si dañaste, reparás. Este es el tipo de mensaje que suele derivarse de la responsabilidad afectiva. Pero no siempre querer es poder. No todos pueden hacer ese trabajo emocional. Y no porque no lo deseen, sino porque hay condiciones materiales, psíquicas, históricas que lo impiden. Pensar lo contrario es tan ingenuo como cruel.
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