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    Respirar.

    Jul 8, 2024

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    A lo largo de los meses, las semanas, los días, una aprende muchas cosas. No tanto al aprender de conocer, sí tanto al aprender de vivir, experimentar, existir. Por ejemplo he aprendido que no soy buena escribiendo poesía, pese a que la sienta. Podré leer mil poemas, podré haberlos leído ardua y velozmente, pero escribirlos no es mi sino. Y sin embargo sé que, con la palabra escrita, puedo sentirme amparada. En las palabras y los libros naces, vives y mueres. No hay nadie más allá, solo imágenes y más imágenes que engrandecen la palabra, la convierten en metáfora. Y a su vez las imágenes también nacen, en mi caso sin ellas, nacen aparte, donde menos lo espero. Para mí la poesía también son mis collages, mis fotografías, mis entradas de diario que abarcan lo cotidiano y lo hacen imagen. A veces la poesía no es más que un suspiro y una ha de quedarse con eso. Porque no se puede coger, no se puede medir, pero sí respirar. La poesía es este aire que entra y nos da vida, nos protege de la muerte y nos alza ante la belleza. Tengo el vago recuerdo de una noche en la que en la cama, durmiendo, no pude respirar. Mi garganta había dejado de hacer su función y lo primero que pensé fue: me estoy muriendo. Intentaba coger aire pero era como si me hubieran puesto un taco en la garganta que ni dejaba pasar ni dejaba salir nada. Experimenté lo que se conoce como apnea del sueño y desde entonces me obsesiono con la respiración. Hago largas meditaciones de solo respiración abdominal, intento hacer que el aire que respiro, sea un material más, otro órgano en mi cuerpo. Y eso es lo que creo que hay que hacer con la poesía. Hay que trabajarla, hay que ejercitarla. No se puede decir: no sirvo para hacer poemas aunque hayas leído muchos si nunca los has escrito. No eres Baudelaire, ni Verlaine. Ni tan siquiera soy una yogui. Mis respiraciones me han ayudado a disminuir la ansiedad, sí, pero no he alcanzado la iluminación, ni he llegado al nirvana; si acaso: a una relajación absoluta, a un estado de paz casi eterno donde mi cuerpo era solo un músculo que respiraba. Me resulta curioso que ahora cada vez que vaya a ver a mi médica me mida el oxígeno en sangre. Primero, por fatiga. Segundo, por un resfriado. Qué tan importante es el oxígeno y qué pensarían los poetas de este suspiro del que hablo. Me gustaría hablarlo con alguien que se dedique a las palabras. Quizás con A. Quizás con D. Suspirar es como murmurar a la extrañeza de la vida: qué digo qué pienso qué hago. Me murmuro. Y me veo suspirando ante las preguntas. Y escojo la poesía y la agrando dentro de mi pecho, la respiro, nutro mi cuerpo con ella. Dejo a mi mente estar sobre esa pausa que me hago a mí misma, porque aunque la poesía sucede, no es más que una pausa, un momento efímero como una obra de teatro. Qué tan importante es esa pausa para mí que aunque me digo que no sé escribir poesía la siento tan hondo. Por qué la siento si no sé escribirla. Para qué. Me digo. Y la pregunta se vuelve infinita hasta que sucede otra pausa: una respuesta. Entonces, la poesía se responde a ella misma. La poesía no está en la pregunta, está en el aire que respiramos y nuestro cuerpo y nuestros órganos se emmudecen al trabajarla. Pero la mente no descansa, ni en esa pausa, así que el trabajo respiratorio ha de ir en sintonía con esta pausa.

    Francisca Pageo

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