Respiro en automático.
Cada inhalación es un recordatorio de lo que me falta.
El aire ya no sabe igual,
mis días se desdibujan en una rutina sin color,
y mis sueños… se han vuelto grises.
La esperanza —esa luz que jura ser lo último en morir—
titila como una estrella vieja,
una que ya dio todo su brillo
y se apaga en silencio, sin que nadie mire.
Cómo duele no tenerte.
Es un filo interno, una herida que no sangra pero arde,
como brasas escondidas bajo la piel.
Te quema lento, te consume despacio,
hasta que incluso respirar se vuelve un acto de fe.
Dejaste la vara muy alta.
Me enamoré de ti, y era imposible no hacerlo.
Eras todo lo que el amor promete y casi nunca cumple:
fácil de amar, imposible de olvidar.
¿Quién podría resistirse a un mar en calma,
a ese azul que tranquiliza el alma?
Eras mi refugio, mi tregua,
mi poema sin final.
Ningún cuento podría inventarte,
porque lo tuyo era verdad, no fantasía;
eras la historia que los poetas envidiarían escribir.
Y yo… yo era tu sombra enamorada.
Quisiera que por un solo día sintieras
la desesperación de mis amaneceres,
cuando abro los ojos y el mundo se me cae encima
porque no estás.
Quisiera que probaras la soledad que habita en mis noches,
que vivieras mis sueños y sintieras el hueco exacto
que dejaste en ellos.
Para que entendieras que no se trata solo de extrañarte,
sino de no saber quién soy
cuando tú no estás.

Aleinad
Soy una escritora en formación, una buscadora de palabras que intentan decir lo que a veces la voz calla. Descubrí en la escritura un refugio.
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