Un dolor punzante desde la espalda se abre hacia adentro, tocando el pulmón; como si quisiera detenerlo. La luz a de marearle, dijo el doctor, solo un par de semanas antes, sin mencionar el estupor y las náuseas. Recostada, el punzón desaparece, pero gravita en la bilis, porque de pie procura evitar el dolor a resoplidos. La pérdida de vitalidad es un movimiento, un roce o tos seca, como viajar hasta San Juan a 3.000 kilómetros del centro de la tierra. Fértil en matasanos y curanderos. Dos de ellos momificados en Paricutín, cobrando deudas y reparando daños a los fieles que logran arrastrarse hasta la cima. Pero el punzón no dejará ir tan lejos, así que, entre curvas rasas, casas de adobe, y puertas azules, justo antes de llegar el municipio destruido por el volcán se asoman todos, ocultando un filo que les roza el dedo meñique. No esperan visitas, aunque el curandero lo sabe, se aleja pensativo buscando una jarra de lejía. Ofreciendo bebidas a la carne abierta que toca sus dedos, los lugareños se aglomeran, aunque sea en fechas incorrectas, tocando un jueves en vez del domingo. Ramificando el camino del dolor, que sale por la espalda, se acomoda en los brazos del curandero que le canta cunas. Ya no duele, ya no duele le dice al punzón que abandona el cuerpo entregándose al vuelvo como nítida profecía.
Imagen de Pexels. Propiedad de Matheus Potsclam Barro

Verónica Abir
Solo lo intento cada día, como respirar. Ves tus ruinas como son, libres de la ilusión, las expectativas (...) de modo que por fin puedes empezar a contar las tuyas. BELMAR, Issac
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