Creí haber comprendido la lección, pero la vida volvió a ponerme a prueba.
Es un ring sin campana, donde cada asalto me obliga a resistir.
A veces sangro en silencio,
otras levanto la guardia,
peleando contra fantasmas que sólo yo conozco.
Los golpes no siempre vienen de afuera:
también nacen de las voces en mi mente,
de los miedos que insisten en habitarme.
Y aún así, sigo de pie.
Aunque las rodillas flaqueen,
aunque el corazón implore un descanso,
aunque no entienda por qué la pelea no termina.
Quizás la lección no sea aprender a ganar,
sino a no rendirse.
A recordar que incluso en medio de la lucha
la vida guarda destellos
que la vuelven hermosa.
Cada cicatriz me recuerda de dónde vengo,
cada herida me enseña a mirar distinto.
Y sé que incluso en la derrota
soy más fuerte que antes.
Porque, a pesar de las batallas más duras,
mi corazón permanece intacto.
Y eso, al final, vale más que cualquier golpe recibido.
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