En los cielos, la niebla posó su mirada más profunda, y en los horizontes el mar reflejó sus penas. Pero nadie podía ver la verdad cuando los pecados cargados en sus espaldas poseían la maldad que los acechaba frente a frente desde antes del comienzo. El egoísmo fue más allá de los más furiosos instintos, la decencia humana se esfumó en rugidos primitivos. Solo la tierra mojada, sus cicatrices marcadas por arduo esfuerzo y trabajo de sus padres, permitió que el inocente niño afrontara de una vez su cruda existencia. La mirada de sus semejantes eran motivo de orgullo, a pesar de no poseer la suficiente comida.
Para aquellos que sienten que la fe no existe, siembren la esperanza donde en algún momento solo hubo absoluto silencio.
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