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Reseña de The Blair Witch Project (1999)

Oct 14, 2025

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Reseña de The Blair Witch Project (1999)
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La primera vez que vi El proyecto Blair Witch tenía cinco años.

Fue una noche en la casa de mis tíos. Mi primo puso un VHS y me advirtió que estábamos por ver algo “de miedo”. Yo sabía que no podía ver películas para grandes: películas de terror, con sangre o gente desnuda.

—No es una película —dijo él—. Es un video que encontraron en un bosque.

No trataba de engañarme, tenía dos años más que yo y realmente creía lo que estaba diciendo. Por ese motivo, yo también lo creí. De eso se trata esta reseña: De una película que metió al espectador en ese ensueño continuo al que debería aspirar toda historia inventada.

“Ya veo por qué te gusta tanto esta cámara. No muestra la realidad, sino una realidad filtrada. Es como que puedes fingir que las cosas no son como son”.

Daniel Myric y Eduardo Sánchez fueron tan cuidadosos y minuciosos con su creación que, un año antes de presentar Blair Witch, plantaron un mito sobre una bruja y otros acontecimientos perturbadores que venían sucediendo en Burkittsville (anteriormente Blair). Les pidieron a los tres actores que no se dejaran ver en público y colgaron carteles con sus nombres reales, dándolos por perdidos.

Esta estrategia fue tan efectiva que la madre de la actriz protagonista llegó a recibir cartas de condolencias por lo que había sucedido con su hija.

La historia trata sobre tres jóvenes. Heather, una chica ambiciosa y apasionada, que tiene el sueño de filmar un gran documental a toda costa. Josh y Mike, sus compañeros, que comparten el sueño, aunque pareciera que también quieren pasar un buen rato haciendo algo distinto.

Viajan a Burkittsville y entrevistan a algunas personas. Recolectan información sobre la leyenda del bosque de la localidad: una bruja que hace sus gualichos y secuestra nenes. Un tipo, aparentemente bajo la influencia de la bruja, asesinó nenes uno por uno, haciendo esperar a los demás en una esquina, con la cara hacia la pared.

Entre esas entrevistas de contenido macabro, vemos al equipo bromeando, yendo al supermercado y pasándola bomba. Después se van para el bosque con la idea de hacer unas buenas tomas y acampar por una noche.

El segundo día emprenden la vuelta, pero se dan cuenta de que están perdidos. Heather parece no entender muy bien el mapa y la relación del equipo se pone áspera. No encuentran el camino, oscurece y se ven obligados a acampar una noche más. Este percance genera hastío, aunque todavía es sólo eso: una molestia y nada más. Pero cuando se acuestan escuchan voces de niños y la carpa hace un movimiento perturbador. Pasan la noche sin dormir.

Para colmo, la comida escasea. Algo tan básico como eso puede ser terrorífico, ya que pone en peligro la vitalidad. Después, el mapa desaparece y los chicos se echan la culpa entre ellos. Cuando Mike confiesa entre risas enloquecidas que tiró el mapa al agua porque era inútil, los gritos de Heather ponen la piel de gallina.

Los jóvenes empiezan a comportarse de una manera muy desagradable entre ellos. Se tratan mal, se burlan entre sí con resentimiento filoso. Lo emocional-vincular empieza a fallar. Deberían funcionar como sostén entre sí, pero se vuelven casi enemigos. En mi opinión este es uno de los puntos más importantes de la obra: al ver reflejado el pánico en el otro, el sentimiento de soledad y el peligro se multiplican.

Uno de los momentos más representativos de esto es cuando Josh provoca a Heather hasta hacerla llorar. La filma y se burla de ella, de sus sueños y de sus pretensiones de ser una gran documentalista. No se detiene ni siquiera cuando ella ha tocado fondo y la remata diciendo:

—¿Nos escribirás un final feliz, Heather?

Voy a hablar del final:

Josh desaparece y Heather y Mike quedan solos. La relación entre ellos dos se vuelve muy cercana, casi infantil. Dependen profundamente el uno del otro. Se necesitan para mantener la cordura.

Cuando encuentran la casa abandonada y entran, Heather se desespera cada vez que Mike entra a una habitación y no lo ve durante una fracción de segundo. Me parece de un realismo impresionante (por supuesto, después de todo estamos viendo algo real).

De pronto, Josh empieza a llamarlos desde el sótano y Mike corre hacia allí, dejando sola a Heather, que llega unos instantes más tarde para presenciar y, casualmente, filmar la única situación sobrenatural, la única prueba empírica de que acá hay algo más allá de lo conocido: Mike de pie mirando hacia la pared del sótano, como fuera de sí. Es rarísimo: hace un rato Mike era un ser humano que respondía cuando lo llamaban y mantenía un comportamiento esperable. Ahora está ahí, rígido y sin responder. Son sólo unos segundos, porque algo le sucede a Heather, la cámara cae y el material encontrado termina. Todo el recorrido de estos pobres chicos ha valido la pena para capturar ese comportamiento insólito.

“En octubre de 1994, tres estudiantes de Cine desaparecieron en los bosques de Burkittsville, Maryland mientras filmaban un documental. Un año después su filmación fue encontrada” -(Inicio de The Blair Witch Project, 1999)

Esa noche, cuando volví de casa de mis tíos, me mandaron a lavarme los dientes y a dormir, pero en mi cabeza seguía repitiéndose la imagen final de este “metraje encontrado”. Pensaba que si me desconcentraba, si parpadeaba durante un segundo de más, podía desbaratarse el equilibrio de la realidad y aparecer en ese sótano, comportándome como quien no era. Me parecía una amenaza incontrolable, una mezcla de temor y vacío.

Algo que suele disgustarme de algunas películas de terror es cuando su única manera de generar miedo es recurriendo a los jumpscares (o “sustitos”). Provocan un sobresalto en el espectador por un cambio repentino de imagen o un aumento sorpresivo del volumen de sonido. Apelan al shock.

Algunas de esas películas “malas”, a puro jumpscare, puedan ser entretenidas. Sin embargo, si tengo que ser sincero, cuando termino de verlas apago la tele, voy al baño, hago pis, me lavo los dientes y me duermo lo más tranquilo. No permanece en mí ninguna sensación de miedo.

Otras películas de terror me dejan atado al miedo, propenso al terror. Apago la tele y la oscuridad del cuarto me inquieta. Miro por encima del hombro cuando me aproximo al baño y, adentro, corro violentamente las cortinas para revisar la ducha. Mientras me lavo los dientes, hago contacto visual con mi reflejo, como si intentara controlar algo. Después me acuesto y, desde la cama, no puedo evitar prestar especial atención al hueco de la puerta de la habitación.

Son esas películas de terror las que prefiero. Las que me dejan pensando que hay algo peligroso en el mundo que puede aparecerse en cualquier momento. Me dejan esperando el shock, imaginando cómo será cuando llegue.

Esto es lo que hace Blair Witch.⬛

Esta reseña fue publicada originalmente el 31 de octubre de 2020 en ARTZ. Revista.

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Miguel Bruno

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