En mi experiencia —siguiendo el tono del newsletter del yo que propone Substack—, las redes sociales y la inmediatez que proponen han saturado el sentido de las palabras. Esto que repetimos, como a tono de chiste, de que ya nada significa nada. El sentido escapó de sus formas y ahora corre desbocado por la pantalla en constante scroll.
En cada discusión sin fin, donde los adjetivos significan todo y nada al mismo tiempo, me pregunto cómo podemos reponer ese sentido que entre todos manoseamos. Particularmente, en Argentina, estamos dando una continua disputa de nomenclaturas que logren nombrar al enemigo anónimo que habita la sombra de la otra orilla de la brecha y que no podemos derrotar. Ellos sí pudieron nombrarnos; somos zurdos, aunque no lo seamos, somos kukas, aunque no los votemos, y tiramos piedras, aunque vivamos a mil kilómetros de la quinta del presidente. Temblamos, somos golpistas, correremos.
Nada de esto ocurre en la realidad, no hay zurdos temblando y siendo corridos por tuiteros por la calle. Quizás haya pasado alguna vez, no me consta. La utilización de frases prefabricadas y de lugares comunes por parte del movimiento libertario conquistó el sentido común y sus fórmulas se propagaron en el diálogo argentino. En una tarde cotidiana en X/Twitter, TikTok o Instagram podemos encontrarnos facilmente usuarios intercambiando nada más que esas fórmulas de durlock. “No vuelven más, kuka tirapiedras, zurdos van a correr”.
Cabe preguntarse si esa desarticulación del significado nace desde los discursos de derecha o es una lógica que se estaba gestando y espacios como es el libertario argentino o el movimiento MAGA estadounidense supieron utilizar a su favor y cristalizar nuevos sentidos dentro de palabras disponibles. La economía crítica que supone el apropiarse de formas dadas para expresarse e intercambiar con otros en el formato inmediato que proponen las redes sociales deviene en que podamos encontrar diálogos que no se distancian de IAs hablando entre ellas sirviéndose del banco infinito de lenguaje que les proporcionamos.
La saturación de sentido se lleva puesto más que las palabras. Vemos a las derechas servirse de arte para alimentar su imaginario que poco tiene que ver con el universo simbólico que las obras proponen. Vemos jóvenes que se denominan liberales, mas son conservadores, vestir remeras de bandas punks. La apropiación de obras de arte que son dotadas de interpretaciones que son no solo erráticas sino que completamente opuestas a sus propias premisas.


Desde el giro interpretativo de una novela como Rebelión en la granja a la completa omisión de que la escritora de la obra en la que se basará la película de Guillermo del Toro era una mujer adolescente de cuna feminista; aquello que pensábamos como evidente en ciertas obras de arte se ve revertido.
El sentido se resbala del lenguaje y se desprende del arte. Lo que hasta hace unos años podía comunicar una remera, un corte de pelo, un flequillo o una pulsera se suspende; el otro es inidentificable. En frente puedo tener un militante de Las Fuerzas del Cielo o un otaku queer, no puedo leerlo por los signos que emite.
Se escapa la resolución, ¿cómo podemos reponer el sentido?
Me animo a pensar que suspendiendo la automaticidad y repesando nuestros diccionarios, poniendo el ojo en las palabras de las que nos servimos. Acaso, ¿no agotamos nosotrxs primero signos como facho o nazi?
La búsqueda quizá esté en un movimiento que nos retraiga al extrañamiento de un lenguaje que percibimos vacío, a la atención al detalle y la palabra en su mínima unidad.
Quizás aprender a hablar de nuevo.
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