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Repelente de recuerdos dolorosos

Gio

Sep 4, 2025

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Repelente de recuerdos dolorosos
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Lo llamé OlvídateX, un frasco pequeño, como de colonia barata, pero capaz de borrar por unas horas todo lo que me pesa en la cabeza. Lo rocié la primera vez una noche que no podía con el silencio de mi cuarto; la sombra de las paredes me hacía ruido e incluso, en pequeños instantes, esas mismas sombras se confundían con la silueta de su figura, la figura de ella.

 

Apenas inhalé y, en ese momento, el rostro de ella, su risa, incluso la manera en que cerraba los ojos cuando me decía “te quiero”, se desvanecieron como si fueran humo. Al principio me sentí libre, ligero, como si la vida me hubiera quitado una piedra del pecho. Fue algo maravilloso, pensé. Ni siquiera había notado cuando empecé a olvidarla por completo, aunque hayan sido solo unas pequeñas horas.

 

—¿Nombre del producto? —preguntó el tipo de la oficina.

 

—OlvídateX —contesté.

 

No dijo nada, apenas un carraspeo, como si no quisiera gastar saliva en reírse.

Aclaré: “Un repelente de recuerdos, un spray para borrar lo que no se puede arrancar con nada más. Sirve para olvidar personas, momentos, olores e incluso esa vez que por error te casaste pensando que era el amor de tu vida”.

 

El tipo se molestó, me miró a los ojos con un poco de odio.

Creo que toqué una fibra sensible en su médula y solo me devolvió una mueca.

 

Anotó algo en su libreta con letra de oficinista cansado. Le expliqué que había nacido de una necesidad, de una situación lo suficientemente fuerte para no tener otra alternativa que crear el repelente. Esa necesidad era olvidar: olvidarla a ella.

 

Esa mujer que había sido todo lo que me sostenía, todo lo que era mi persona. Ella me había forjado carácter, figura e incluso mi tonta manera de amar.

 

No supe qué hacer con tanto vacío. Así que inventé OlvídateX. Lo probé por primera vez un martes cualquiera, cuando me descubrí temblando en la cama porque había soñado que ella todavía estaba conmigo.

 

Apenas rocié el aire y aspiré, pude notar, de a poco, cómo cada pequeño detalle de su rostro —que yo había aprendido con la devoción de un mantra— se iba desvaneciendo: su rostro se disolvió, sus ojos dejaron de perseguirme, los lunares en el rostro que me aprendí a versos, la forma fría de sus manos, las olas de su cabello en forma de rizos, su risa se volvió ruido blanco, la forma en que cerraba los ojos cuando me decía “te quiero”, los besos de esquimal, los tontos juegos de amor que inventamos e incluso el número de pestañas que tenía en cada ojo, que me encargaba de contar cada mañana, se iban desvaneciendo.

Era como arrancarse una espina clavada en la carne, aunque en realidad fuera arrancarme la piel entera.

 

La primera noche dormí tranquilo, sin pesadillas, sin verla en la sombra de mi cuarto. Pero al día siguiente, cuando el efecto pasó, volvió todo con una fuerza más brutal: su perfume en mi ropa, la forma en que me decía “no me olvides nunca” como si estuviera profetizando mi ruina, las veces que me juró que yo era su hogar. Cada recuerdo se volvió un cuchillo, y yo un imbécil parado frente al espejo, inhalando otra vez, y otra, y otra, y otra, hasta quedarme vacío.

 

El problema fue que funcionaba demasiado bien. Olvidé su voz, olvidé sus mensajes, olvidé los lugares donde solíamos ir. Y, al hacerlo, también olvidé partes de mí que solo existían con ella: la risa que me arrancaba, las ganas de planear un futuro, la esperanza ridícula de envejecer con alguien, mis ganas de crecer como persona y mi lado artístico.

De repente los poemas, la pintura, versos y haikus… todo.

Todo eso se fue. Lo borré con mis propias manos.

 

Me convertí en un animal funcional: trabajaba, comía, dormía, respiraba. Pero ya no sentía nada. Ni tristeza, ni alegría, ni esa chispa rara que da saber que alguien puede desarmarte con solo mirarte.

Y ahí entendí que en la fórmula había un error: OlvídateX no solo repelía recuerdos dolorosos, también repelía lo humano.

 

En la calle me miraban raro. Yo veía a la gente abrazarse, besarse, discutir como idiotas, llorar en las paradas de autobús. Y sentía envidia. Sí, envidia de los que aún podían sufrir. Yo ya no podía. Había borrado todo, hasta el dolor que me mantenía vivo.

 

Obviamente rechazaron el producto, incluso el capitalismo tiene sus límites en lo humano, algo que me sorprendió, a decir verdad. Dijeron que nadie podía jugar así con la memoria y me llamaron loco por haberlo creado.

 

Yo sigo guardando varios frascos bajo la cama. Cada vez que el recuerdo amenaza con volver —porque siempre vuelve, disfrazado de un sueño, de una canción, de un perfume en la calle— lo rocío y lo mato otra vez. No sé si lo hago por miedo a recordar o por miedo a volver a ser humano.

 

Es lo más parecido a la muerte que he encontrado, sin morirme. Y tal vez eso sea lo único que me queda: ser un muerto que camina, limpio de recuerdos, pero condenado a nunca volver a sentir.

 

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La noticia se hizo viral: el creador original de la fórmula de OlvídateX se había suicidado. Algunos dicen que fue porque le robaron la fórmula original de su repelente, otros que era mera necesidad humana, y los más listos se dieron cuenta de que simplemente se hizo adicto a su propio producto.

 

Aunque es verdad que le robaron la fórmula. Yo me encargué de eso. Le di su comisión, obviamente. Cuando me di cuenta de que ya estaba lo suficientemente roto para simplemente estar satisfecho con tener dinero para no morir, me sorprendí cuando sucedió. Si te soy sincero, no lo esperaba. Supuse que la cara de muerto pasaba con los años, pero él duró décadas con esa cara que se le hacía más asquerosa con el pasar del tiempo.

 

Pero qué idiota fue. Pensó que no habría efectos secundarios con usar algo inhumano de forma tan regular. Qué idiota, y a la vez qué brillante: su repelente era casi mágico, increíblemente complejo y, a la vez, tan sencillo que se podía alterar su fórmula de maneras muy básicas.

 

De esa forma nació un nuevo repelente, mejorado: un repelente de vínculos falsos, capaz de ahuyentar y de que cualquier vínculo que no fuera completamente genuino se terminara yendo por cuenta propia.

 

Se vendió como pan caliente. Absolutamente todas las personas compraron uno y se dieron cuenta de amigos falsos, amistades de años que no eran más que pura nostalgia y costumbre, pero nada de cariño e interés genuino. Parejas infieles salieron a la luz, e incluso hermanos déspotas que no les interesaban nada.

 

Si te soy sincero, fui un poco tonto al usarlo conmigo. Creo que en realidad no soy tan buena persona. Me quedé sin amigos y sin gente que me rodeara. E incluso mi propio perro creo que solo era un vínculo de que yo le daba comida y él fingía que me quería. No pensé que eso fuera posible, pero en algún lugar leí que los perros te pueden llegar a comer si tienen la suficiente hambre.

 

En realidad, no creí que hubiera tanto problema. Siempre supe que era mala persona desde que mi esposa me dejó, y el robarme la fórmula ese día en que la persona que creó OlvídateX vino solo fue una reafirmación de mis creencias.

 

Si te soy sincero, no sentí que hubiera problema hasta que el repelente empezó a hacer efecto con personas que no creí que fueran a desaparecer:

Mis padres empezaron a dejarme de hablar.

Y creo que en ese momento fue la primera vez que utilicé OlvídateX.

Gio

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