Rendí a tus manos cartas
teñidas de mi afecto;
pero te fuiste sin adiós,
quedándome con rabia.
.
La desilución lanzó su trueno,
profirio abandono
y la vanidad de mis apegos.
.
Tardé en comprender que
clamaba una elegía al orgullo
con disfraz de desamor
luego de tu insulto.
.
Y así, envidioso de tus alas,
retorné a mi nido,
propuesto a ganar una lucha
en la que ya fui vencido.
.
Vencido por tu capacidad
de herirme y de romperme
sin que sea a voluntad.
.
Y aunque la dignidad atrofiada
me exige duramente su reparo,
la envidia traicionera
me vuelve seguidor de tu vanguardia.
.
Que a pesar de la cruenta ira,
de cuantos reclamos y lamentos haga,
al llegar a tu conocimiento
no produzcan resonancia.
.
De esto el único consuelo
es que la indiferencia ajena
desengaña a los apegos.
.
Desaparece el filtro:
si nadie te hace caso,
¿Por qué preocupa lo que digas?
.
Si el orgullo resucita
luego de unos golpes,
¿por qué te importa
tenerlo tan intacto?
.
Si a vivir de engaños
me llevó el orgullo invicto,
¿por qué lo quiero sin agravios?
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