La Semana Santa llega a su fin. Cristo ha vuelto a la vida, y nosotros, meros mortales, celebramos dicho evento con regocijo. Es una festividad que siembra cobijo en las almas arraigadas a la figura de Dios y, que a su vez, hiere de gravedad al orgullo de aquellos que no profesan dicha fe.
Yo no hallo gozo cuándo de esta se habla. Comprendo que las personas disfruten de esta semana -o de la religión en general-, pero sinceramente no logro conectar con ella. Y mira que la belleza de la composición de los Santos, los nazarenos en sus puestos siguiendo los pasos, el aroma que envuelve el aire a incienso, las dulces notas musicales que ensalzan las escenas, la pasión con la que se vive... es una pieza, en su conjunto, singular; no obstante, y a sabiendas de que esta sensación inunda en pasión los afectos de aquellos que lo presencian, me transmite un vacío brutal, que vorazmente sube sobre mi espalda y apuñala con sus garras crueles sobre mi costado. Es un sentimiento que, quizás, se ha visto enturbiado por cómo he vivido dicha festividad a lo largo de los años, pues, en una etapa temprana, lo único que Dios y su imagen me ha otorgado ha sido desprecio, y yo jamás olvidaré aquello. No penséis que soy rencoroso, pues el no olvidar no es antónimo de perdonar; es más, diría yo que en este último año he podido acercarme -metafóricamente- a esta figura tan alabada, aunque el lugar dónde nos encontramos ha sido un campo bélico tan peculiar que me sorprende, después de tanto tiempo, de que haya decidido atenderme. O quizás no lo ha hecho -¡claro que no, estúpido! Diría mi razón- y simplemente quiero imaginar que él me comprende y que su silencio es más que eso, es una señal de que está en mis venas y que bebe de mi sangre para poder sanar el dolor de las mismas.
Y no quiero que se piense que con esto escrito estoy atacando a la religión. Esta, para mí, no es más que una forma de expresar arte e imponer normas -inútiles, pero normas- para encontrar la plenitud del humano. Pero, esta ha de existir, pues el humano necesita creer; es más, no únicamente debe ser esto, si no que también necesita algo al que culpar, ¿o no se culpa al Diablo por lo malo que sucede y se apremia a Dios -creador del libre albedrío- de aquellas cosas beneficiosas, da igual lo ínfimas que sean, que suceden?
La religión mal entendida es una fiebre que puede terminar en delirio. - Voltaire
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