¿En qué estaban pensando los querubínes y los ángeles al mando de aquel diciembre debastador la mañana que me dejaron desnutrida sobre este mundo?
Gracias a mi nombre
llegué extendida sobre el largo y el ancho de la luz con el primer suspiro diáfano del medio día.
Llegué al mundo estudiada.
Conocía a ciertas manías y de las olas del mar me había hecho amiga en bastantes otras estrellas antiguas.
Antes de siquiera poder nombrar a mis extremidades o de poder recordar el don que me esperaba acurrucado entre mis palabras yo ya tenía en claro una cosa:
del amor venimos y hacia él todos nos dirigimos.
Por eso llegué temprano, lista y sin llorar.
Llegué puesta y regalada para que la gente me interrumpiera la vida a preguntas,
y para tener una infancia jugando a imaginar y a coser vestidos de muñecas siendo alumbrada bajo los destellos del desamparo,
y para tener una adolescencia sin piedad con la anciana melancólica y sin rumbo que llevo dentro.
Con el tiempo se hicieron de plástico mis libros
y entonces de plástico y fatiga se hicieron mis ojos.
Con el tiempo olvidé como se aprende y aprendí a entregarme a olvidar.
Terminé con la niña sabia que fuí cuando dejé a la mujer ignorante en mí llevar adelante mi paradero de desaparición. Y se agravó cuando creó una forma instantánea, simple y predeciblemente estándar de ver el mundo.
Escribo por mi reputación de poeta al ser el único prestigio digno que podría mantener a pesar de los tironeos y aflojes para llevarlo adelante. Entonces me suponen culta. Me suponen con una corriente pensante particular. La verdad es que tengo una ambición hambrienta por el mañana y una ceguez galopante que no me permite ni visualizarlo:
¿En qué estaban pensando los querubínes y los ángeles al mando de aquel diciembre debastador la mañana que me dejaron desnutrida sobre este mundo y sin idea de quién podría ser entre tantas maneras que encontré para apreciar, abrazar y remendar a la vida?
En las manos soy una curadora, sí, eso es cierto. Pero en el resto de la escencia me recorre la sangre común e individual de la realidad mundana a la que pertenezco, y nada de lo que pueda mencionar antes de acabar con estos párrafos lo va a hacer cambiar ni aunque vaya a morirme intentándolo.
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