La ironía de transitar horas de días interminables compadeciéndose de uno mismo y aún despertarse afligido de haber soportado miles de vidas regodeándose en míseras sensaciones intangibles y obscuras rozaba lo ridículo.
El constante y aplastante sonido proveniente del reloj resuena produciendo un eco, tan abrumador como si fuera a materializarse espontáneamente en el diminuto cuarto, imponiéndose dentro de las cuatro paredes como si de una antigua escultura se tratase actuando como un desquiciante e incesante recordatorio del pasar de las horas.
¿Era esto un castigo, debido a acciones egoístas y comportamientos de malhechor, de una vida cuyas memorias yacen en un compartimiento oculto y sellado de una mente anciana?
Clamar poseer una mente longeva es un atrevimiento, dado que el cuerpo que alberga el ser sólo se trata de una residencia tierna y fresca. Suficiente condena acarrea la vida eterna, más aún si gira en torno a una sucesión de tragedias y eventos desafortunados.
Pasos delicados comenzaron a distinguirse por fuera de un mundo que era tan pequeño y simple, siendo acechados por otros más temibles. Los primeros provocaban sensaciones acogedoras, mientras que los segundos, evocaban un sentimiento sobrecogedor en el corazón. La puerta se abrió sutilmente, permitiendo que un tenue haz de luz se colara en la oscuridad. Una voz dulce y angelical arrasó en la habitación, el cuerpo fue levantado por un par de brazos y contenido en un abrazo envolvente. Nada más que afecto emanaba de aquel cuerpo ajeno, sus ojos parecían susurrar palabras de adoración.
El repiqueteo de gotas de lluvia previamente tan débil y reconfortante se tornó en fuertes golpes que provocaban el retumbar de las paredes de la antigua casona. Las ráfagas de viento se asemejaban a aullidos de criaturas agonizantes que luchaban por irrumpir en la morada.
Aquella voz suave se manifestó en el aire, se oía lejana. Sus palabras, por más imposibles de distinguir, provocaron que aquel abrazo se debilitara y los cuerpos se desprendieron uno del otro.
–... tenemos tiempo, las horas devoran los días en cuestión de segundos.
–... valorar cada segundo…– las voces parecían ahogarse en el temporal–... no lo descubran.
La sensación envolvente y reparadora fue sustituida por un ciclón incontrolable de emociones indistinguibles; temor, desesperación, angustia, melancolía.
El sol dió los buenos días y la luna las buenas noches, ambos resplandecientes y encandilantes incluso a través de los vitrales, una infinidad de veces. Tales deseos fueron bienvenidos dichosamente, hasta el hartazgo. Aquellos pasos causantes de tal diversidad de emociones que electrificaban el aire cada vez que su presencia se anunciaba en el cuarto mantenían sus visitas regulares y en un estricto e inflexible horario. Un día cesaron.
Corrían días y noches enteros vacías de apariciones, la casona sumida en un silencio ensordecedor. El pasar de las horas parecía ser parte de una ensoñación o alucinación, provocando una sensación de levitación del cuerpo. Afortunadamente, el tiempo posibilitaba al cuerpo caer en un estado casi hipnotizante, dejando una sensación de adormecimiento en las extremidades.
…
Sumido en la oscuridad, el aire en el ambiente era gélido y denso. La superficie era firme y rígida, cubierta de astillas y arañazos. Obviando la situación, el aroma a tierra húmeda era tan agradable y nostálgico que sumía el cuerpo en sensaciones de muertes pasadas, como viviéndolas en carne y hueso. Hojas y ramas sonaban bajo pesadas botas seguido de un estruendo metálico en la tierra.
–Silencio dije.
La voz del ángel resonó en el aire y sus ecos fueron llevados lejos por la brisa leve. Extremidades entumecidas y ojos ciegos, reducido a un simple saco de huesos y carne. Sólo una leve sensación de arrastre.
–Recuerda, no es trabajo fácil.
Un fuerte y seco golpe retumbó en el campo a lo que le siguió un quejido de bisagras oxidadas por tantos años y maltrato. Como en caída libre unos segundos hasta chocar con otra superficie, ésta más irregular y tosca. Gotas de polvo comenzaron a golpear sutilmente el techo, (¿techo?¿polvo?, quizá una alucinación).
Sollozos provenientes de un lugar en mayor altura se hicieron presentes en la silenciosa noche. No por vista, sino mediante una aguda audición podían distinguirse gotas en la demacrada superficie; estas siendo aisladas e irregulares por lo que no era una llovizna.
– Está en paz. No hay por qué lamentarse.
– No puedo evitarlo. Hubiera estado en paz con nosotros, no supo apreciarnos.
– Está con nosotros y en paz, ¿no lo ves?
Los sollozos convertidos en llanto se detuvieron.
– Ahora lo veo.
– Pasará la eternidad en paz. A nuestro lado.
Silencio.
Sólo oscuridad plena y atemorizante se expandía hasta el infinito. Extremidades entumecidas.
Pasos delicados, aunque decididos, se dilucidaron en la lejanía. Estos provocando una cálida sensación en el alma.
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Joan Constanza Rodriguez
Escribo cuando parezco ahogarme en un mar de sentimientos y emociones indescifrables.
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