Tu puntería fue exacta, milimétrica. Lanzaste para ganar y lo lograste conmigo, como si practicaras eso cada madrugada entre nieblas y lunas apagadas, despreocupada de si fallabas porque sabías que a mí me podías seguir encajando puntas filosas sobre todo el cuerpo y yo las exhibiría como una segunda piel. Jugaste a llegarme al hueso con cuchillos, marcarme con sangre tu nombre para que la viera cada vez que me desnudabas con besos suaves y palabras que me curaban el desastre en cuanto dejabas tu lengua caer.
Yo me volví religiosa al dolor, al tuyo tatuado en mí, recé por enjaularte en mi pecho hasta que pudieras palpar con seguridad mi devoción y la hicieras tuya como lo hiciste conmigo, sin temblores ni tiempos para la duda. Todavía me quedo repasando el rosario y repito tu nombre hasta que la garganta se me desgarra en aullidos que sólo entendés vos. Estoy peleando contra vientos que me meten a una tormenta de la que quiero, necesito huir. Sólo entonces caigo al suelo lleno de pétalos que huelen a las gerberas y los tulipanes que sequé en tu honor y cuelgan en mi templo sagrado.
Cada rincón sos vos, cada papel tiene las letras de tu nombre. Vos me amabas a veces, yo juré en el nombre de toda la eternidad permanecer fiel a quererte aunque las rodillas se me partieran de ardor.
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