regularidades estadísticas

Está el camión de la basura pasando a las 23:31 pm. Hasta que juntan las bolsas y las despachan como carga tardan aproximadamente dos minutos y medio. Lo mismo que tardé en fumarme la mitad del cigarrillo que va a parar a la bolsa que retirarán mañana o pasado. Todo es un circuito vicioso que añora el final imposible. A veces, cuando me tomo el Sarmiento a las siete y cuarenta de la mañana, me pregunto en qué patrón estadístico entraré yo: ¿seré la media de mujeres solteras de 23 años? ¿En qué parte de la pirámide muestral me posiciono? ¿Estoy en alguno de los extremos o conformo la base? Hago lo mismo que todos, tengo los mismos problemas que todos, canto las mismas canciones que todos y conozco los mismos libros que todos. Mi película favorita debe estar en el top 3 de un octavo de la población mundial y mi banda de cabecera debe ser la elegida por más de cinco millones de personas en una playlist de Spotify.

A pesar de éso, a pesar de todo, me gusta pensar que soy la única a la que le reconforta escuchar al camión de la basura a la noche. Hay algo en éso, en lo de siempre, en lo de todas las noches a las 23:31 pm. Esa regularidad estadística que te mantiene consciente de que las cosas siguen funcionando, que algo en alguna parte sigue girando. Hay algo en mirar la luna y sentirte parte de ver lo que la mitad de la población mundial está viendo. Hay algo en la regularidad que te hace sentir acompañado.