Reflexiones de madrugada: el amor por las crisis
Dec 14, 2024

Hace unos minutos volví a escribir una palabra utilizando lenguaje inclusivo y no pude evitar sentir ese mínimo vértigo de saber que existe la posibilidad de que si comparto ese texto con esa palabra en mis redes sociales me expongo a que una persona (o varias) pueda llegar a inquietarse al leerme, pueda comentarme algo en contra o incluso pueda intentar socavar mi seguridad con algún tipo de agresión.
Como consumidora asidua de redes sociales conozco desde hace años las posturas a favor y en contra de dicho lenguaje que han aparecido desde su implementación y uso masomenos masivo pero aun asi me sigo sorprendiendo a mí misma pensando dos veces antes de utilizarlo y más aún de las personas que se horrorizan de su uso.
Por supuesto que como comunicadora social me considero a favor de su utilización a gusto y piacere de cada quién en el ámbito que sea pero no puedo dejar de sentirme impactada con las (¿pequeñas?) crisis que sufren las y los individuos que en la actualidad continúan posicionándose en detrimento de dicho lenguaje.
Y no puedo dejar de recordar aquella vez que le mencioné a mi psicóloga como esa indignación selectiva me causaba perplejidad, a lo que ella respondió “¿nunca te pusiste a pensar que algunas personas estructuran sus vidas sobre unas pocas y durísimas columnas y que cuando determinados cambios sociales agrietan esas bases se ponen a la defensiva para no entrar en crisis?”.
Una efímera sensación de revolución estalló en mi cerebro en ese momento. Claro, cómo no lo había pensado, el aferramiento a los dogmas en medio de los cambios constantes de paradigmas, por más pequeños que sean, desatan procesos de crisis personales que la mayoría de las personas esquivan. He allí la parte que me rompe el cerebro, ¿cómo no vas a abrazar las crisis, amigue? ¿qué es ese inútil apego por la conformidad y la inmutabilidad?.
Será que toda mi vida fue un rompimiento constante de bases, columnas y estructuras mentales, por mano propia pero mucho más ajena, que ya no conozco otra manera de percibir la vida que no sea transformando los pedazos de mis propias ruinas en algo más. Quizás mi rutina caótica se ha convertido en una constante diversidad de procesos personales que van desde la angustia hasta el placer, pasando por el deseo, el duelo, el enojo, el dolor y con los que he logrado distintos estadios que a veces resultan en paz, otras en alivio, otras tantas en éxitos y otras tantas en renuncia, pero de los que no reniego porque todos forman parte de mí como bellisimas tormentas que logro atravesar y superar.
De alguna manera me acostumbré a concebirme en crisis, dejando una, atravesando otra, viendo venir la que sigue. Y en un país y un contexto como en el que vivimos (no importa cuándo leas esto) no aceptar los procesos de crisis me resulta un tanto negligente e infructuoso.
Sí, ya sé, un saludo a mi psicóloga que evidentemente no me va a dar el alta jamás.
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